La historia de Enaiatollah Akbari
Fabio Geda
Traducción de Justo Navarro
Ediciones Destino, Barcelona, 2011
Comienza esta novela de 186 páginas con tres recomendaciones que la madre de Enaiotollah hace, a modo de testamento, a su hijo de apenas 10 años.
De la etnia Azara, Enai, no conocía más allá del valle en el que se situaba Nava, su pueblo de origen. La guerra de Afganistán, los Talibán, le hubiesen convertido en asesino o en asesinado si su madre no hubiese tomado la terrible decisión de sacarle ilegalmente del país y abandonarlo en una pensión en Quetta, Pakistán. Los Talibán son sunitas mientras que los Azara son chiitas. Les desprecian porque físicamente carecen de barba en la cara, además de por cuestiones religiosas.
Y esa era la herencia que le dejaba: no robarás, no usarás ni una cuchara de palo para herir a otro ser humano, no te drogarás.
Con ese patrimonio, Enai comienza su vida laboral en la propia pensión: limpiaba las cloacas por un sitio donde dormir y algo de alimento. Así vivió hasta que otro comerciante le contrató como vendedor ambulante con una pequeña comisión sobre las ventas. Algunos niños de su etnia, también en Quetta, le enseñaron a vender y a defenderse de los hurtos de los niños pakistaníes. Cuando comprendió que la riqueza estaba al occidente emprendió un viaje hacia Irán como trabajador ilegal en la construcción, junto con su amigo Sufi. Los propios policías les robaban sus ahorros llevándoles hasta la frontera de Pakistán pero permitiéndoles regresar y trabajar unos meses; después volvían y la historia recomenzaba.
Así que decidió viajar ilegalmente a Irak, y posteriormente, siguió camino de Turquía. En medio las montañas del Cáucaso. Un mes caminando por terreno abrupto con grandes diferencias de temperaturas entre el día y la noche. Lo peor quizás fuese cruzar Turquía en un transporte clandestino, sin apenas sitio para moverse durante horas y horas, camino de Estambul.
El título está sustentado por la conversación que sostuvo con otros tres niños que le aceptaron como compañero y le pagaron el viaje pues Enai aseguró que sabía inglés, aunque en realidad sólo conocía algunas palabras. Con ello salió de Mitilene en un bote de plástico. Todos sentían miedo ya que uno de ellos aseguraba que “en el mar hay cocodrilos”. Más tarde consiguió su objetivo: llegar a Roma y a Turín. Allí se dedicó a estudiar el italiano aprovechando todos los recursos sociales para emigrantes. Dos años después, pasó la entrevista que la Comisión para los Refugiados políticos. Como argumento para conseguir ese status presentó un artículo que por aquellos días publicaron todos los periódicos: un niño talibán asesinó a un soldado estadounidense. “Yo podría ser ese niño”, fue su argumento.
La escuela fue la mejor ayuda que tuvo Enai antes de abandonar su pueblo, Nava, y durante toda su corta vida. Para él significó alcanzar el status de refugiado y una familia de acogida.
Una novela muy recomendable para los alumnos de Educación Secundaria.