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Contando con los dedos

(Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla el jueves 4 de junio del 2009)

Voy a tirar del hilo de un asunto que dejé apenas apuntado en mi columna anterior. Veo muy ufanos últimamente a programadores culturales y responsables políticos del ramo contando como locos espectadores, visitantes, cuidadanos que asoman la nariz por alguno de los macro o micro eventos culturales que jalonan nuestra geografía. La estadística se ha vuelto parte consustancial de las informaciones acerca de tal o cual exposición, de tal o cual concierto, de tal o cual festival de artes varias. Que si tantos pasaron, que si tantos eran de Pucela capital, que si no sé cuantos de allende el Duero y hasta que si un extraterrestre que pasaba por allí fue captado para la causa… me recuerdan a los responsables del ‘share’ (qué palabro) de las cadenas de televisión.
Sin ir más lejos, el alcalde el otro día se refirió en la clausura del TAC a la democratización del hecho teatral que supone este festival de calle de Valladolid. Desde luego no voy a ser yo quien contradiga este hecho incontestable y que es realmente satisfactorio. Soy la primera en alegrarme de ver cómo gente de toda edad y condición, que improbablemente coincidiría en su vida en un espacio de ocio comparte aunque sea por una hora una emoción común. Por no hablar de obviedades: que el acceso de todos los públicos a la cultura es una de las bases de la verdadera democracia.
Y aquí empiezan mis temores. (Qué se le va a hacer: tengo tendencia a preocuparme). Porque ¿realmente el dinero público, (o sea modestamente el mío también y el de todos) está siendo eficazmente gestionado para que ese acceso sea real? ¿O, bajo la excusa de la participación y la demanda, estamos invirtiendo en fenómenos de masas de dudoso calado cultural que deberían permanecer en el ámbito de lo privado? Porque lo mismo financiamos un Valladolid Latino que encargamos a Bob Wilson la elaboración de un Tenorio (esto último dicho sea de paso me parece una muy buena idea) pero siempre con la base común de lo ‘espectacular’. Y por supuesto que veo la necesidad de exportar Valladolid. Pero hablando de la verdadera democratización de la cultura, esta llega cuando públicos cada vez más amplios tienen los recursos suficientes (intelectuales y materiales) para acceder a fenómenos culturales cada vez más complejos y (perdón por el adjetivo) ‘elevados’. Esos que revierten en públicos con criterio, o sea constructivamente críticos, dispuestos a no tragar cualquier cosa, pero sabiendo por qué. Este es una labor cada vez más pendiente.
El problema tiene dos sentidos También veo una sociedad acomodaticia (porque no nos olvidemos que lo público está formado por la suma de ‘los privados’). Es decir, un receptor cada vez más perezoso al pequeño esfuerzo que a veces se requiere para acceder a ciertos contenidos y disfrutarlos. Y unas instituciones no precisamente encantadas con la idea de fomentar esos públicos. ¿Quizá porque podrían exigir mucho más de sus gobernantes?

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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