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Los burkas invisibles

Hce unos años me preguntaba en este mismo espacio (que no se llamaba igual, eso es cierto) cómo se vería el mundo a través de la rejilla de un burka, esa cárcel portátil que envuelve a las mujeres afganas cuando salen al mundo exterior. Al mundo exterior de su calle, del mercado, de su pueblo…
Entonces, cuando escribía de la penosa situación de estas mujeres expuestas al castigo, carentes de derechos, sin acceso a la educación o la sanidad, teníamos esperanza en que la situación cambiaría pronto. Que la derrota de los talibanes y la ocupación militar de su país por fuerzas occidentales contribuiría a cambiar las cosas. Ahora sabemos que esto no es así. Que las tropas permanecen pero también su situación de seres humanos invisibles. Ni unas elecciones sobre las que pesaron acusaciones de irregularidades, ni la tercera etapa (o cuarta, no sé bien) del Gobierno de Hamid Karzai, ni, insisto, la presencia de las tropas occidentales ha servido hasta el momento para erradicar la amenaza talibán ni para controlar a los señores de la guerra. Las mujeres son un asunto de tercer nivel como poco.
Todo eso lo intuíamos, pero de vez en cuando conviene poner voz a la realidad, una voz que sea a la vez primera fuente. Voz, que no rostro. Mariam Rawi no tiene cara cuando se llama Mariam Rawi. Cuando utiliza su nombre real tampoco. Pero viaja por el mundo como representante de la Asociación Revolucionaria de las Mujeres de Afganistán, para recordar allí donde la quieran oír que sus compatriotas siguen sin ir a la escuela, que no pueden trabajar y que no pueden salir a la calle si no van acompañadas por un familiar cercano. «El burka es lo de menos», dice el impresionante testimonio que ayer aparecía en el suplemento V de este diario. Demasiados burkas… Y de entre todos ellos los más peligrosos son los invisibles. No conviene que nos escandalicemos mucho sobre lo que pasa fuera salvo para contribuir a la solución. Aquí mueren en un goteo constante mujeres sin burka, con derechos constitucionales, con trabajo y fines de semana libres. El mapa de los ojos morados es compatible en Occidente con los estudios universitarios. A pesar de las leyes, de las denuncias, de las sentencias de alejamiento…

Aquí nos choteamos (y no digo que con cierta razón) cuando la ministra Aído la emprende con los cuentos infantiles. Yo no comparto la preocupación y eso que a mí de niña la historia de la costilla de Adán ya me parecía una injusticia. «¿Por qué no al revés?» me preguntaba con mis pocos años y las neuronas sin estrenar. Fue mi primera rebeldía feminista antes incluso de que la educación recibida en casa fuera mi privilegio. Pero no me ufano, los velos a veces son tan sutiles… La cultura ancestral corre silenciosamente por las venas más comprometidas.
Pero hay tanto por hacer que Blancanieves o la Cenicienta no parecen muy peligrosas. Yo veo al cabo del día tantas actitudes machistas, tantos desprecios hacia las mujeres por el hecho de serlo y tanta aceptación silenciosa disfrazada de modernidad… Y luego leo las declaraciones de Mariam Rawi y me siento afgana por solidaridad.

(Publicado en la edición impresa de El Norte de Catilla del 15 de abril del 2010-. Columna de opinión: Días Nublados)

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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