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Algo por Venecia

Cuando esta columna salga a la luz España habrá ganado en el Mundial y el sueño continuará o bien habrá perdido y nos quedará el consuelo de que la selección haya conseguido llegar a la semifinal de un campeonato que se nos resiste. En uno u otro caso la vida continuará con sus grandezas y miserias cotidianas. Pero si la selección tiene que volver a casa a mucha gente le parecerá que todo lo que constituye el día a día vuelve a primer plano con todo su relieve. Sin posibilidades de refugiarse en algo que durante días ha sido como un asidero de distracción además de la ampliación del catálogo de conversaciones intrascendentes. (Y que no se ofenda nadie que no estoy despreciando el tema ni mucho menos. Me he visto hasta ahora todos los partidos que ha jugado la Roja).
Pero la vida sigue, la corrupción sigue, la batalla política anodina sigue, la crisis económica sigue, y, de vez en cuando, nos asaltan noticias que nos remueven algo por dentro.
Leo que Venecia se hunde. Que sus monumentos cierran por falta de recursos para rehabilitar sus maltrechas estructuras, que a otros les queda poco para seguir ese camino. Venecia es una metáfora de la cultura: tiene una mala salud de hierro. Pero la crisis se ceba especialmente con los débiles y parece que esa mala salud ha llegado a un grado de deterioro que, o se ensaya un tratamiento de choque, o puede que esa joya urbanística y cultural acabe sucumbiendo en su propia decadencia.

Leo que este verano los visitantes encontrarán los monumentos más importantes de la ciudad de los canales, como el famoso
Puente de los Suspiros, cubiertos por pancartas publicitarias con sus fachadas impresas para llamar la atención sobre la situación que vive la ciudad. No deja de ser una metáfora de la virtualidad en la que hemos convertido nuestro mundo. En vez de ver esas piedras heridas por la historia verán una pancarta con su fotografía. Como si fuera un castigo por habernos acostumbrado y conformado con ver el mundo a través de una pantalla en vez de tocarlo y olerlo y atrevernos a implicarnos de verdad.

Me llegan al alma las dificultades de una ciudad que me resulta cercana, como siento cerca cualquier joya de la cultura, aunque no pertenezca a mi país, a mi región o a mi ciudad. Amo Venecia y no porque la descubriera a esa edad en la que todo impresiona porque la vida misma es un descubrimiento. La amo por Visconti y por Mahler, la amo por el pobre Gustav von Aschenbach persiguiendo por sus calles apestadas por el cólera la imposible belleza de Tadsio. La amo porque, mientras siga en pie, la belleza seguirá manteniendo un bastión y la vulgaridad, la homogeneización seguirán topándose con un freno en forma de palacios flotantes y poesía lacustre.
Es curioso que la globalización corra paralela a un mundo que se reduce en nuestras mentes. Ahora todo nos obliga a concentrarnos en lo más próximo. Desde los medios masivos se nos invita a hablar de nuestro pueblo, nuestro barrio, nuestra comunidad de vecinos. Pero sin alejarme de todo eso, siento que si se muere Venecia se morirá algo importante que me pertenece. Hagamos algo por salvarla.

(Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla en la columna de opinión ‘Días nublados’ del 8 de julio de 2010)

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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