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Cómo mirar unas piernas de mujer

A PROPÓSITO DE LA EXPOSICIÓN DE MIROSLAV TICHÝ EN VALLADOLID


Contemplen la fotografía que preside esta página. ¿Qué ven en ella? Aparentemente es un fragmento de una figura femenina. Incluso alguien podría pensar que es un trozo de una fotografía ‘completa’, un fragmento viejo recuperado entre los papeles de algún baúl olvidado en un desván cuyos dueños abandonaron la casa o simplemente murieron y alguien aficionado a los papeles viejos ha rescatado del olvido. Pero sabemos que no es nada de eso.


También podría parecer la imagen intencionada de un fetichista, de un ‘voyeur’. Pero nada que ver. Más bien es una foto ‘objetiva’ de la belleza, de la belleza femenina. Pero yo diría más: es una imagen de felicidad, de gusto por la vida. Parece imposible que la dueña de esas piernas casi perfectas, jóvenes, que se extienden desde unos favorecedores zapatos abrochados al tobillo y una falda corta, veraniega, atrevida e inocente a la vez, no esté sonriendo en el momento de ser fotografiada, probablemente sin que ella se dé cuenta.
El autor de la fotografía es Miroslav Tichý, el caballero que aparece en la otra imagen, ya anciano, con su descuidado aspecto habitual, explicando (caso insólito en su vida) algo a un interlocutor acerca de otra de sus características fotos de mujeres de espaldas. La obra irrepetible, única, obsesiva y misteriosa de este fotógrafo, nacido en una pequeña localidad de la antigua república de Checoslovaquia en 1926 y fallecido el pasado mes de abril, será expuesta a partir del 14 de julio en San Benito, y esta muestra será un acontecimiento. Sin exageración. La fatalidad ha querido que se convierta en una de las primeras exposiciones que se realizan después de su muerte. Pero esto es sin duda lo de menos.
La biografía de Tichý tiene todos los ingredientes de una de esas historias que acompañan a los grandes hombres, a los artistas excéntricos, a los genios. Y es penoso resumirla en unas líneas. Baste decir que este artista que se inició en la pintura y el dibujo en la Academia de Bellas Artes de Praga, que pagó con estancias en la cárcel y en sanatorios psiquiátricos su desafección por el régimen comunista, que esta circunstancia, unida a su carácter retraído y a la ansiedad que le provocaban las exposiciones, contribuyó a su apartamiento del mundo, a su aislamiento en el pueblo moravo de Kyjov donde vivió toda su vida, y de donde no se movió ni siquiera cuando su obra entró en los grandes centros artísticos como el Pompidou de París. De la misma manera que no abandonó su humilde por fuera y cochambrosa y sucia por dentro casa de toda la vida, ni su aspecto de mendigo cuando el dinero le empezaba a llegar en abundancia.
No estaba interesado en el éxito ni la fama, no le importaba el dinero, ni la forma de vida considerada ‘normal’ por la sociedad, solo quería –y consiguió– ser él mismo, seguir haciendo su obra lo más autosuficientemente posible, ser, en definitiva, un ‘Tarzán jubilado’, como él mismo se definía. Cuando la censura le prohibió pintar se refugió en la fotografía pero nunca dejó de ser pintor y dibujante. Ahí están sus fotos para demostrarlo, en los enfoques –en el doble y exacto sentido del término en sus ‘trazos’, en sus veladuras, en sus composiciones desvaídas se ve al dibujante que nunca dejó de ser.


Cada una de esas fotografías es el resultado de su voluntad de hierro. La que le hizo pasar de fotografiar con una vieja cámara de segunda mano heredada de su padre a construirse sus propias ‘máquinas’ con material de desecho que encontraba en las basuras: trozos de plástico, de cartones, de gomas, de botellas, de cajas de zapatos o rollos de papel higiénico se convertían en el instrumental con el que construir sus instantáneas. Exactamente lo mismo cabe decir de su laboratorio. Con la cámara escondida bajo su raído jersey salía a capturarlas. Su tema favorito: las mujeres, sobre todo las piernas y la espalda, mejor dicho los ‘traseros’ femeninos, que eran un objetivo casi obsesivo. Pero no son imágenes ofensivas. Creo que ninguna mujer fotografiada por Tichý tendría que sentirse indignada por una de estas imágenes. Y no porque provengan de una mirada ‘femenina’, sino porque provienen de una mirada cómplice, no hablan de deseos ocultos o inconfesables, sino de ‘objetiva’ admiración, si acaso. A veces de una especie de ingenua admiración. Mujeres en la calle, de paseo, de compras, en la piscina, en el campo, en el parque, relajadas, ajenas casi siempre al hecho de estar siendo ‘capturadas’ para la posteridad.
La exposición que la sala de San Benito de la Fundación Municipal de Cultura propone hasta el 28 de agosto contiene un centenar de obras pertenecientes a todas sus etapas y será una excelente oportunidad de entrar en contacto con un artista en toda la extensión de la palabra e invitará sin duda a conocer su peripecia.
Tichý alcanzó la fama cuando pasaba de los setenta años. Como anécdota cabe recordar que en los Encuentros de Arlés del 2005 recibió el premio ‘Descubrimiento’. Un año antes su obra se había expuesto en la Bienal de Sevilla y el mismo 2005 se exhibió en la Kunsthaus de Zúrich (Suiza). En 2007 llegaría al centro Pompidou de París y a otros puntos destacados del arte contemporáneo.
¿Cómo un personaje así llegó a ser conocido y apreciado, ‘descubierto’ por un comisario tan prestigioso como Harald Szeeman? Porque Tichý, como tantos personajes parecidos, tuvo un protector, una mano amiga que salvó su obra de la destrucción o el abandono, que se preocupó de que tuviera lo mínimo para subsistir, que cuidó de que cuando tuvo recursos los empleara en algo como comer aunque fuera mínimamente. Ese personaje fue Roman Buxbaum, sobrino del que había sido psiquiatra y amigo de Tichý desde la juventud y responsable de que hoy le conozcamos.

(Publicado en La sombra del ciprés del sábado 9 de julio del 2011) (Fotografías por cortesía de la Foundation Tichý Océan)

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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