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Si hay algo que nos han quitado las nuevas tecnologías y la facilidad que nos proporcionan para estar siempre informados, atentos, expuestos, es precisamente la desconexión. Asunto tan necesario por otra parte en los tiempos enloquecidos que vivimos. El ritmo que imprimimos a nuestras vidas, en un tiempo en el que la velocidad es el nuevo becerro de oro, y el horror al vacío (al silencio meditativo) una auténtica epidemia, hace paradójicamente más necesario ese ‘tiempo muerto’, silencioso, recóndito… Pero nos sentimos culpables apagando el móvil, no asomándonos al correo electrónico cada dos por tres, olvidándonos de nuestros amigos y seguidores en las redes sociales. Así las cosas, volver después de las vacaciones ya no es lo que era, pues hay gente que se resiste a irse.
A mí sin embargo me sigue gustando esa sensación de corte total, de olvido temporal, de eclipse veraniego. He procurado cuidarla, hacer real ese receso, la suspensión temporal de todo lo que nos apasiona y nos satura al mismo tiempo. Precisamente por eso, porque me gusta la sensación de recuperar la rutina, como quien recupera una parte de su vida que, aunque cansa, también llena. El ritual casi infantil de hacer planes-para-el-curso, de subrayar en fluorescente esos propósitos que en seguida serán papel mojado pero que a mí me siguen encandilando con su prometedor espejismo de una vida en cierto modo nueva, mejor, más sabia… Salir para ir eligiendo agenda nueva (en papel, sí, cada vez más difícil) mientras me da en la cara el aire fresco del otoño.
Qué gusto volver, sobre todo si se ha tenido la oportunidad de irse a algún lugar que nos recuerde quiénes somos en realidad o al menos que nos advierta de que no necesitamos tantos disfraces como acabamos cargando en la mochila durante el resto del año.
Volver, aunque eso signifique toparnos con lo peor de esa rutina que dejamos atrás y que acabó asfixiándonos en los días previos a nuestra escapada. Sí porque los rotos que dejamos al marcharnos ahí siguen, agrandándose. Y los temas que abren y cierran informativos y páginas, virtuales o no, siguen siendo los mismos.
Volver para comprobar que me sigue doliendo el país en el que vivo, me duele su Gobierno que ha olvidado que la política es el arte de lo posible, de la negociación, y no solo el arte de la calculadora, del recuento de votos, de la fidelidad a las encuestas (ahora amenazo con reformar el aborto, ahora me guardo el proyecto en un cajón) ¿Se puede ser más torpe en el tema de Cataluña? ¿Cómo es posible, señor Margallo: no tenemos suficientes frentes abiertos para echar leña a un fuego que hace tiempo debería estar sofocado por la vía del bien común? Nadie dijo que gobernar fuera fácil, ¿de verdad alguien puede asombrarse de que Podemos gane adeptos?
¿Podemos (esta vez primera persona del plural del verbo poder) hacer algo más que contemplar cómo los mayores populistas de uno y otro signo político acusan sin que les tiemble la voz a la formación de Pablo Iglesias de serlo a manos llenas?
Volver… Uff, qué poco dura el relajo vacacional…

(Artículo publicado el jueves 18 de septiembre en la edición impresa de El Norte, en mi columna Días Nublados)

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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