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A propósito de la luz

Seminci I

SOBRE ‘DOS DÍAS, UNA NOCHE’ DE LOS HERMANOS DARDENNE Y ‘MARIE HEURTIN’ DE JEAN PIERRE AMÉRIS

Los hermanos Dardenne ya saben cómo suenan los aplausos en la Seminci. Están en su curriculum. Los han oído muchas veces, la última en 2011, tras la proyección de ‘El niño de la bicicleta’. El sábado sonaron en el recuperado Carrión (ojalá dure esta nueva relación con el viejo teatro) y en la sala de prensa donde Jean Pierre y Luc desentrañaron alguna de las claves de su última película, ‘Dos días, una noche’, que ayer inauguró, en plan apuesta segura, la 59 edición del Festival. Últimamente, el tema de la luz es recurrente entre los comentarios de quienes han seguido el cine de los hermanos belgas desde sus inicios. Es cierto que sus últimas películas son más luminosas, pero no es tanto una cuestión de fotómetro o de momento de rodaje (uno de ellos bromeó en la rueda de prensa con el hecho de que la película se hubiera rodado en verano) sino con la posibilidad de que algo de esa luz se cuele por las grietas de unos guiones que suelen fijarse en el lado sombrío de la realidad.

Dos días, una noche’, lo hace también: fijarse en una realidad que hace que el llamado estado del bienestar de los países europeos (de la mayoría) empiece a verse como un sueño del que estamos despertando. Sandra (Marion Cotillard) intenta volver al trabajo tras pasar un periodo de baja por depresión pero se encuentra con que, tras una votación aparentemente manipulada por el jefe de personal de su empresa, sus compañeros han aceptado una prima de 1.000 euros que conlleva su despido. ‘Dos días, una noche’ es el tiempo que tiene la protagonista para, tras conseguir una nueva votación, esta vez secreta, intentar convencer a una mayoría de compañeros de que la permitan continuar en su trabajo aun a costa de renunciar a un dinero del que todos andan escasos.

Hace falta ser muy buena actriz, muy buena, para estar siempre espléndida en los largos planos secuencia típicos de la firma, con la cámara a menos de un metro y con los únicos recursos de su instinto y de su oficio. Marion Cotillard da un recital de interpretación, sobre todo cuando habla por teléfono sin el apoyo de otro actor que le dé la réplica. Es tanta la luz que emite (sí, de nuevo la luz) que ensombrece el trabajo de su ‘partenaire’ Fabrizio Rongione (Manu), espléndido también en el papel de un marido acompañante en el mejor y más estricto sentido de las palabras. «Sin él, sin el personaje de Manuel, no habría existido la película» llegaron a decir los Dardenne en la rueda de prensa. Se le agradece a Cotillard el ejercicio de contención (a veces incluso excesiva para la mirada latina) en un drama que podría escapársele por muchos flancos. Es el mismo peligro que sortea el guión: se podría haber despeñado por el lado del panfleto, o el dramón. Sí, quizá en otras manos, pero no en las muy expertas de estos cineastas en cuyo ADN figura un cine de alto contenido social más necesario que nunca. El filme no ahorra ninguno de los espinosos dilemas a los que se ven abocados tantos ciudadanos en la actual situación de crisis global: en una sociedad que premia el ‘sálvase quien pueda’ y que fomenta el miedo, ¿es posible aún hablar de solidaridad?, ¿tenemos entrenado el músculo de la dignidad?, ¿y el de la capacidad de vislumbrar luces en medio del túnel?

Los Dardenne ensayan una especie de final feliz, que no de cuento de hadas, para corroborar ese pequeño cambio en su modo de hacer cine comprometido. Excelente forma, este filme, de poner nombres y rostros a las frías estadísticas del paro y la desesperación que a tantos alcanza. Debería ser de obligada visión.

La Sección Oficial ofreció después la historia de Marie Heurtin, una joven sordociega y semi salvaje a la que una monja abnegada consigue socializar, aun a costa de su propia salud. De esta película, basada en hechos reales, ocurridos en Francia durante el siglo XIX, se puede valorar el intento de contar una historia siempre complicada, aunque al final no aporte nada nuevo y a ratos se tenga la sensación de ‘déjà vu’. Durante la proyección recordaba, por ejemplo, ‘El pequeño salvaje’, el filme de Truffaut con el que comparte el hecho de que ambos relatan hechos reales ubicados en el mismo país a un siglo de distancia. Pero esta ‘Marie Heurtin’ carece de la fuerza y el interés de su predecesora.

Da la sensación de que Jean-Pierre Améris no da con el tono en el que quiere contar la historia, de forma que, de vez en cuando, ofrece quiebros, ‘salidas’ de ese tono inicial cuya razón de ser el espectador no acaba de comprender. Entre altibajos, idas y venidas, la película tiene momentos, encuadres, chispazos, que no logran sin embargo levantarla. Los protagonistas se contagian de las dudas y a ratos son creíbles y a ratos impostados, sin que lo que ocurre en la pantalla consiga traspasar apenas al patio de butacas. Como ver un ejercicio académico que no fuera con nosotros.

(En la imagen, Marion Cotillard, en un fotograma de ‘Dos días, una noche’)

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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