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Vitale, Lledó…

Hoy podría escribir la segunda parte de mi columna de la semana pasada. Se titularía ‘Lo que muere en las campañas (2)’ . Y abundaría en el asunto de que lo que muere en las campañas no solo es la verdad, o el pudor de los políticos, o la falta de respeto a la inteligencia de los votantes. En resumen y por desgracia lo que a menudo muere en las campañas es la ética, sin más. De otra forma, no puedo entender las interpelaciones de Esperanza Aguirre a Manuela Carmena en el debate de Telemadrid. En política, como en la vida en general, no vale todo. Pero algunos políticos, que incomprensiblemente siguen en activo y optando a puestos de relevancia, aún no se han enterado y, a medida que la campaña llega a su final, la desfachatez va en aumento. No importa que la altura intelectual del adversario sea sensiblemente superior a la del que se permite el lujo de insultar. O quizá es eso: la mediocridad triunfando a base de ensuciarlo todo.
Así que no escribo esa columna porque estoy demasiado indignada para hacerlo con calma y prefiero refugiarme fuera de la campaña. Afortunadamente, (y diré afortunadamente mientras este país no se decida a volver a dignificar el ejercicio de la política y no permita que ese esfuerzo de dignidad lo hagan unos pocos que a duras penas se mantienen en el río revuelto) hay vida más allá de los mítines. Incluso hay buenas noticias más allá de los mítines.
La primera alegría lleva el nombre de Ida Vitale. Vitale es un apellido que le va bien a esta ‘joven’ mujer de 91 años que el martes fue distinguida con el premio de poesía Reina Sofía. Lo pude comprobar en el año 2008, durante una visita a Valladolid, cuando en Valladolid pasaban estas cosas y gentes relevantes de la literatura del otro lado del Océano o de lugares bien lejanos aún pasaban por aquí, justo antes de que el Valladolid Latino y su charanga les tomaran el relevo con pasaporte oficial. (Sí, ya sé que todo puede convivir, lo malo es lo que eligen los poderes públicos cuando no hay para todo, pero esa es otra historia). Fue una deliciosa conversación con una mujer que consiguió  reconvertir  el desarraigo y la potencial amargura del exilio a que le obligó la dictadura uruguaya en una vida en favor de la poesía y las humanidades. La palabra portadora de sentido.
La otra alegría, aún mayor, lleva el nombre de Emilio Lledó. Lledó el sabio, el filósofo (mal que le pese), el hombre bueno. No es baladí esto último. La ética, ya lo estamos viendo no cotiza al alza; la bondad no es ‘trendy’ (perdonen). Cuando el año pasado le dieron el premio Nacional de las Letras, el autor de ‘El silencio de la escritura’ quiso mostrarse optimista. Decía que confiaba en que quienes tienen el poder político se dieran cuenta «de la importancia de las humanidades para que seamos un país rico en todos los sentidos». También ha alertado del peligro de que la cuestión económica sea la única prioridad en la gestión política de un país. E insistía «no creo que nadie desee la muerte de un país, de modo que espero que el entusiasmo por las humanidades vuelva a latir».
Francamente, nada hay en medio del ruido de la campaña, y ni siquiera en los años que la han precedido, que nos haga refrendar ese optimismo. Pero ¡cómo me gustaría estar equivocada!  Personas como Ida Vitale y Lledó son las que nos hacen falta.  Altavoces para ellos

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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