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Pequeño álbum fotográfico de Patricia Highsmith

A PROPÓSITO DE LA EDICIÓN DE SUS ‘RELATOS’ POR EL SELLO ANAGRAMA

 

Siempre me ha sorprendido –y producido un cierto rechazo, confieso— la expresión de dureza que transmite el rostro de Patricia Highsmith en la etapa de madurez de su vida. Las fotografías más difundidas de la escritora pertenecen a la década de los ochenta, cuando era ya una celebridad literaria, cuando Mr. Ripley, su personaje más popular, el amoral estafador y ocasional asesino había tomado ya la fisonomía del apuesto Alain Delon o del duro y carismático Dennis Hopper en sus adaptaciones a la gran pantalla. En una de esas fotografías, de 1988, la escritora icono de la novela negra del siglo XX muestra el rostro con el que prácticamente llegará al final de sus días: una media melena mal cortada con flequillo ladeado, estilo colegiala, contrasta con la dureza e implacabilidad de su mirada y la mueca de desprecio que desprende su boca. Tantos años de mirar al mal de frente en sus novelas y cuentos, haber estudiado el rostro de seres que bajo la apariencia de normalidad escondían un asesino en potencia, parecía haber hecho mella en su cara. ¿El mundo le parecía ese lugar inhóspito y despreciable que transmite su forma de mirarlo? Preguntas para un psicoanalista o para ella misma que adoptó esta posición en muchos de sus relatos pero que nunca dio suficientes pistas acerca de sí en las escasas entrevistas que concedió. Una buena colección de su narrativa breve sale a la luz ahora de la mano de Anagrama que ha recopilado en un volumen cinco de sus más celebrados libros de cuentos: ‘Once’, ‘Pequeños cuentos misóginos’, ‘Crímenes bestiales’, ‘A merced del viento’ y ‘La casa negra’.patricia-highsmith-foto

Pero el rostro de la autora de ‘El talento de Mr. Ripley’ también fue joven y de una rara belleza. En las imágenes de su primera juventud no hay huellas aparentes de una niñez marcada por las malas relaciones con su madre, quien no dudó en informarle de que había sido concebida por accidente, y del hecho de no haber conocido a su padre por el temprano divorcio de sus progenitores. La literatura suele ser el refugio de los niños solitarios y también en este caso se cumplió la norma. Y así fue para el resto de su solitaria vida lo que le valió que a menudo calificativos como misógina y misántropa aparezcan pegados a la información sobre sus obras. Prefería la soledad en la que germinaban sus historias, eso parece un hecho comprobable, y lo cierto es que, fruto o no de esa obsesión por la escritura, sus relaciones más íntimas fueron siempre cortas. Suiza fue el refugio que eligió para escribir sin ser molestada esta mujer que había nacido en Texas en 1921 pero que se crio en Nueva York, ciudad que nunca desapareció de sus relatos.

Nada de una vida entregada a la solitaria misión de relatarnos el mal, plagada de otros avatares como el alcoholismo que le acompañó también durante una gran parte de su biografía, aparece en esas fotografías de una Highsmith veinteañera o en el comienzo de la treintena de mirada casi soñadora. Pero incluso en estas atractivas instantáneas, ya parece advertirnos con una pizca de ironía en su sonrisa y otra de intención en los ojos de que las apariencias engañan. Fue ella quien mejor nos enseñó que no siempre el mal y la locura tienen el aspecto de indeseables delincuentes o inquietantes perturbados. ¿Acaso no era agradable la señora Afton, la pacífica y gordita señora Afton que da nombre a uno de sus extraordinarios relatos de ‘Once’? ¿Acaso no son extraordinariamente amables los amigos neoyorkinos de ‘La Red’ (en ‘A merced del viento)?  Y, sin embargo, ¿no tememos todo el tiempo que tras su asfixiante deseo de ayudar se esconda, si no una mala intención, un comportamiento insano que dé lugar a una catástrofe?portada-highsmith

Por cierto, que en este relato se cumple de forma magistral la visión que otro grande como Graham Greene tenía de su literatura y que se recoge en el prólogo a esta reciente edición de sus relatos: “Highsmith –dice Greene— es una poeta de la aprensión más que del miedo. Al cabo de un tiempo, como aprendimos todos durante el Blitz, el miedo es narcótico, puede causar que uno se duerma de cansancio, pero la aprensión carcome los nervios suave e ineludiblemente”.

MISTERIOS

Pero ¿a qué viene tanta insistencia con las fotografías de una de las escritoras que más veces ha sido adaptada al cine? ¿Por qué usurpar el oficio de analista de la mente humana que tantas veces ejerció desde su literatura desplegándolo página a página y sin dejar que sus desquiciados protagonistas desvelaran antes de tiempo sus intenciones? En parte al acierto, casual para este fin o no, de la fotografía que la editorial ha elegido para la portada de este volumen de relatos, por cierto, también muy conocida. En ella la escritora, todavía joven, sostiene en brazos a uno de sus adorados gatos, sin duda una compañía que prefirió a la de sus congéneres. Ella no mira a cámara. Sus ojos se desvían hacia su izquierda quién sabe si detenidos en alguna persona que el fotógrafo no recogió o ‘vislumbrando’ algún potencial personaje de sus historias. El que mira de frente es el gato y eso sí que parece una amenaza. El gato, en primer plano, como la barrera que ella siempre estableció frente al mundo. El gato asumiendo toda esa carga de misterio que los humanos atribuyeron a su especie y que rodeó a la escritora. Todo el que ha convivido con un felino presuntamente doméstico sabe que en el fondo nunca se puede estar seguro de sus intenciones. Exactamente igual que con los aparentemente inocentes protagonistas de sus obras. A veces, muchachas solitarias que solo buscan un lugar agradable y anodino desde el que mirar el mundo con confianza, aunque al final tengan que sacar la botella de cloroformo y utilizarla de forma espuria para conseguir su objetivo, como le sucede a Geraldine, la protagonista de ‘Cuando la flota estuvo en Mobile’. No, a veces el mal se disfraza de buenas intenciones incluso para sus sorprendidos portadores que solo quieren demostrarle al mundo lo mejor de que son capaces, como le ocurre a Lucille, ‘La heroína’. (También, como el anterior, en ‘Once’).

Cualquier excusa es buena para volver sobre la obra de Highsmith. Recientemente el cine nos recordó lo extraordinario de su literatura con la versión de ‘Carol’, aunque para muchos pasara desapercibido que el filme de Todd Haynes que protagonizaron Cate Blanchett y Rooney Mara y que obtuvo varias nominaciones a los Oscars estaba la novela ‘El precio de la sal’, que Highsmith publicó en 1952 escondiéndose tras el seudónimo Claire Morgan para esconder asimismo su propia homosexualidad. La autora la recuperó treinta años después publicándola con el título de ‘Carol’ y desvelando en el prólogo el porqué del seudónimo inicial.

Ahora es esta nueva edición de los relatos la que nos invita a volver sobre su extraordinaria capacidad de contar.

SI BREVE…

Todo escritor tiene en la brevedad un buen parámetro en el que medirse. Puede que para muchos esta afirmación resulte excesiva pero aquí está uno de los exámenes que prueban la capacidad de un narrador. Patricia Highsmith ha pasado a la historia como la ‘madre’ de Mr. Ripley, como la autora original de ‘Extraños en un tren’ que inmortalizara Hitchcock con el poder del cine, es decir, por sus novelas, pero en mi opinión lo mejor de su literatura está contenido en sus cuentos, absoluta escuela para cultivadores del género y no solo aquellos más afectos al color negro del relato policiaco o el gris del thriller psicológico.

La colección que acaba de publicar Anagrama incluye sus famosos ‘Cuentos misóginos’ donde la brevedad los acerca a los microrrelatos. En apenas una página y media, la autora de ‘La casa negra’ mantiene la tensión, nos dibuja un personaje, nos informa de sus intenciones y nos suelta un bofetón en el rostro para que no nos durmamos en nuestras convicciones.

Pero, aun reconociendo su valor, me quedo con esos relatos un poco más extensos poblados por grupos de seres unidos por su propia extrañeza y en los que brilla la maestría de reflejar en unas pocas líneas personalidades distintas que confluyen en lo más oscuro y banal de la existencia como en ‘Nunca fue uno de los nuestros’.

Vuelvo a mirar sus fotografías, esa mirada que nos interpela como si fuéramos culpables de algo indefinido, como si nos quisiera meter en una de sus inquietantes historias… Y no me quedo tranquila.

 

(Artículo publicado en ‘La sombra del ciprés’ de El Norte de Castilla el 24 de marzo de 2018)

 

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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