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Recuerdos de Oviedo: La noche en la que se legalizó el PCE

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En aquella cocina de nuestra casa en Toreno 5 cuyos ventanales daban al Naranco, la voz de Alejo García, anunciando la legalización del PCE aquel Sábado Santo de 1977, nos pilló, como al resto del país, por sorpresa. Y, también como al resto del país, nos asaltaron las dudas y las preguntas. ¿Qué podía pasar? ¿Qué iba a pasar?
La tenacidad de Carrillo, queriendo que su partido saliese formalmente de la clandestinidad, daba sus frutos. El PCE, que había dado una muestra de madurez magistral, tras la matanza de los abogados laboralistas en la calle Atocha, volvía a la escena política como un partido más. Costaba creerlo no sólo por la propaganda que se había venido haciendo durante toda la dictadura contra el PCE, sino también porque se sospechaba que, en primera instancia, el partido que entonces lideraba Carrillo no sería legalizado.
Oviedo, Toreno 5. Había que seguir escuchando la radio, buscando emisoras que hablasen del asunto y que, sobre todo, informasen sobre las reacciones más inmediatas a aquel auténtico notición.
Supimos que en Madrid la militancia comunista lo había celebrado por todo lo alto, con euforia y sin furia. A decir verdad, no cabía albergar muchas dudas acerca de la serenidad con que el PCE afrontaría aquello. Los interrogantes se dirigían más bien hacia otro lado, a cómo reaccionarían los militares, los llamados poderes fácticos y aquello que se conocía como el Búnker.
La noche fue, en efecto, muy larga. Pero las respuestas a los interrogantes se harían esperar. Dimitiría el ministro de Marina Pita da Veiga. Días después, el Ministerio del Ejército emitiría una nota en la que, entre otras cosas, manifestaba: «La legalización del PC ha producido una repulsa general en todas las unidades del Ejército. No obstante, en consideración a intereses nacionales de orden superior, admite disciplinadamente el hecho consumado».
La radio, bendita radio. Gracias a ella, durante la dictadura, fue posible escuchar voces de libertad que se hacían oír en emisoras extranjeras, como “Radio París”. Y, en aquella noche de la Semana Santa del 77, era la radio oficial la que informaba sobre la legalización de un partido político que había sido el enemigo público número uno durante todo el franquismo.
Larga noche, digo. Y no tanto por las reacciones que se pudieron conocer, sino por las especulaciones inevitables acerca de lo que sucedería en las jornadas venideras tras aquella legalización que suponía un cambio drástico en el mapa político español.
¿Cómo no preguntarse si habría intentos golpistas? ¿Cómo no preguntarse por los resultados que podría obtener el PCE en unas elecciones democráticas? ¿Cómo no preguntarse por la reacción en las calles de la ultraderecha?
Con la radio puesta, estuve levantado toda la noche en la sala de casa, y no me acosté hasta minutos después de haber leído el periódico que dejaban cada día sobre el felpudo de la puerta.
Hablamos de un tiempo en el que la política era omnipresente, y, creíamos nosotros, los cambios inminentes nos afectarían enormemente.
Hablamos de un tiempo en el que, por mucho que se insistiese en la reconciliación nacional, la violencia en las calles no era inexistente, ni siquiera residual. Hablamos de un tiempo, como escribí muchas veces, de miedos y esperanzas, de esperanzas y miedos.
Y, volviendo a aquella noche, ¿cómo no preguntarse acerca del discurso y del proyecto de país de aquel PCE con dirigentes veteranos pero que, al mismo tiempo, al menos en el caso de su secretario general, decían abrazar el eurocomunismo y aceptar el juego democrático? Y es que aquel Santiago Carrillo de 1977 estaba, en teoría, más cerca de Berlinguer que del sistema soviético. Su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos, al menos, en el plano teórico, era muy llamativa.
Fue en abril, en el mes republicano, aquella legalización del PCE, de un PCE que, para sorpresa de muchos, aceptó la Monarquía. Y, visto en perspectiva, resulta muy curioso que el partido de Carrillo pudo presentarse a las elecciones de junio del 77, y, sin embargo, no pudieron hacerlo las formaciones políticas que no habían renunciado a la República.
Me preguntaba al final de aquella la noche sobre de la fuerza que podría tener el PCE en Oviedo y en Asturias. ¿Cuánta gente podría dejar de ocultar su militancia o, en todo caso, su simpatía por el partido político que había hecho más que ningún otro una verdadera oposición al franquismo?
Era lógico pensar que aquella legalización no tendría vuelta atrás. Sin embargo, estaba por ver cómo interiorizaría y exteriorizaría el conjunto de la sociedad la presencia de un PCE que no tendría que ocultarse, que saldría, salvo que se produjese un golpe de Estado, de sus catacumbas. Se hacía raro imaginarse con el “Mundo Obrero” por la calle. Se hacía raro imaginarse a Carrillo y a otros dirigentes comunistas con presencia habitual en los medios de comunicación.
¿Y quién se iba a imaginar entonces que el PCE obtendría unos resultados electorales tan exiguos, concretamente un 9,33% de los sufragios en las elecciones del 15 de junio de aquel mismo año? ¿Y quién iba a imaginarse entonces que el PCE como tal se hundiría 5 años después en las elecciones del 82?
Aquella noche del 9 de abril de 1977, en Oviedo no se oyeron sirenas policiales. Aun así, seguro que fue muy larga para muchos.
El Gobierno de Adolfo Suárez, tras haberse desentendido el Tribunal Supremo acerca de la legalidad de aquellos estatutos que presentaba el PCE, legalizaba al Partido político que había sido la auténtica bestia negra del franquismo.
En todo caso, tengo para mí que aquel Sábado Santo se vivió un espejismo político. Parecía que, con aquella medida tan audaz e inesperada, se producía la ruptura democrática que pedían los partidos de la oposición. De hecho, Fraga Iribarne llegó a afirmar que aquello era “un golpe de Estado que transformaba la reforma en ruptura”.
No recuerdo si llovió aquella noche en Oviedo, o si se levantaron ventoleras. Creo que no.

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