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AVE, tumbos y ceniza.

Me hace gracia (puñetera) cómo el Ministerio de Fomento es capaz de sostener una cosa y la contraria. Lo digo por la obra de la Variante de Pajares, culmen de todos los despropósitos y tumbos posibles. El nuevo ministro del ramo, Iñigo de la Serna, ha expuesto el nuevo plan para la misma que consiste en desdecirse prácticamente al completo de lo anterior. Esto es, ahora se van a abrir los dos túneles a la vez, montándose sobre ellos vías de ancho internacional (AVE). Sostiene De la Serna que si no se hiciese así se estarían incumpliendo las «especificaciones técnicas de interoperabilidad». Más claro: mientras se estuviesen ejecutando las obras en uno de los túneles, se tendría que cerrar al tráfico el que estuviese operativo. Menuda movida. Lo sorprendente, digo, es que está «interoperabilidad» resulte ahora tan importante y para los anteriores responsables ministeriales, no. O sea que, con Ana Pastor, su antecesora en el cargo, se podía hacer un túnel y luego otro sin problema de ningún tipo. Fue Pastor en 2013 la que proclamó a los cuatro vientos lo de abrir uno en principio, dijo, para ganar tiempo. Sin embargo, nunca le escuchamos nada de que habría que parar el tráfico para terminar el segundo. ¿Acaso lo sabía y lo ocultó? ¿Por qué en la actualidad abrir los dos túneles a la vez es tan relevante y antes no? Incluso, fíjense, la actual presidenta del Congreso, llegó a montar un tramo de la Variante en ancho ibérico, es decir, incompatible con la alta velocidad. Todo ello, sabiendo que Bruselas podría poner problemas a su financiación y que, claro, iba a quedarse así «in sécula seculórum». De la Serna sostiene que los túneles hay que montarlos en AVE, entre otras cosas, porque la tecnología de los trenes de carga de rodadura desplazable va a permitirles el paso por vías europeas. Volvemos a lo mismo, ¿es que con Ana Pastor dicha posibilidad no existía? Entonces, ¿por qué quiso montar todo el tramo desde León en el desfasado ancho ibérico? Con motivo de los veinticinco años de la alta velocidad española –sí, un cuarto de siglo y nosotros viéndolo por televisión-, escuché la siguiente anécdota. En el viaje inaugural (Madrid-Sevilla) a todos los pasajeros se les exhortaba a hacer una prueba. Si ponían en vertical el cigarrillo que estaban fumando –de aquélla se podía- la ceniza no caía. Milagro producido por la velocidad que se era capaz de desarrollar. Ahora, tanto tiempo después, imagínense que hiciésemos el experimento en alguno de los trenes asturianos. Vamos, acabaríamos embadurnados hasta los ojos. Con más ceniza encima que en un columbario.

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