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Alfonso Balmori Martínez

Campo a través

Arrogancia tecnológica

Artículo publicado en El Norte de Castilla el 12/12/2016

La selección natural es el mecanismo básico de la evolución. La acumulación paulatina de cambios genéticos ―surgidos en muchas ocasiones al azar― sobre las sucesivas generaciones, conduce a que las poblaciones mejor adaptadas de una especie desplacen gradualmente a las menos aptas. Los individuos más preparados tienen mayor probabilidad de sobrevivir hasta la edad reproductora y de dejar descendientes en las siguientes generaciones. De esta forma, su particular sello ventajoso queda grabado en la historia evolutiva de la especie.

De manera análoga, la cultura y el arte están sujetos a procesos selectivos incesantes, realizados de manera imperceptible pero continua. Lo mejor, o lo más importante para nuestra especie (avances del conocimiento, cultura, calidad de vida, arte, ocio, disfrute…), se transmite a lo largo de la historia, de generación en generación.

Ambos procesos evolutivos conducen a un resultado muy elaborado, en el que el tamiz del tiempo goza de un protagonismo destacado: se seleccionan y sobreviven los más aptos en la naturaleza y los más valiosos, de más calidad o más gratificantes en el campo de la ciencia, la cultura y las artes (música, literatura, pintura…).

En el marco del moderno aumento exponencial de libros y de música de consumo rápido, propagados incluso como “virales”, es previsible que una buena proporción no soportará el filtro del tiempo. Es lo que sucede también con ciertas mutaciones espontáneas que pueden acabar en vía muerta, seleccionadas negativamente y eliminadas del acervo genético, al carecer de aportaciones ventajosas desde el punto de vista adaptativo. La similitud del proceso selectivo no acaba ahí, ya que en ambos casos se producen catástrofes como la extinción de especies, guerras que destruyen el patrimonio cultural…

Se trata, por tanto, de procesos paralelos que muestran ciertas semejanzas. Sin embargo, la evolución natural y la cultural funcionan a diferentes escalas temporales. La primera es un proceso lento, que requiere generalmente miles o millones de años, mientras que la evolución cultural se produce a lo largo de decenios o siglos (pensemos, por ejemplo, en los estilos artísticos y musicales: barroco, clasicismo, romanticismo, impresionismo…).

Pero las cosas están cambiando: los medios tecnológicos humanos están forzando y acelerando involuntariamente esa lentitud propia de la evolución natural. Como explica Juan Moreno, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales, en el último número de “Evolución”, en los últimos tiempos está teniendo lugar uno de los procesos más inquietantes para la salud pública y la alimentación, sobre el que casi nadie habla a pesar de su crucial importancia económica y social. Se trata de la rápida evolución por selección natural que han experimentado numerosos organismos patógenos y competidores de la especie humana.

El desarrollo de medios tecnológicos para combatir microorganismos, plantas o animales indeseados (seres vivos causantes de enfermedades o plagas), está provocando una respuesta evolutiva rapidísima de esos seres tan aborrecibles para nosotros, sobreviviendo y propagándose por selección natural sus cepas o variantes más resistentes. De esta manera, como nos recuerda Juan Moreno, la arrogancia tecnológica humana, entre cuyas prioridades no figura desgraciadamente la consideración de los mecanismos de funcionamiento de la selección natural, está favoreciendo lo que de forma preferente debería evitar, especialmente cuando tratamos con organismos capaces de producir muchas generaciones en breves periodos de tiempo, poseedores de una elevadísima capacidad de cambio y por tanto de adaptación a nuevas condiciones ambientales, por muy hostiles que se presenten.

Entre los problemas derivados de esta situación, figura en lugar destacado la gravísima encrucijada que atraviesa la medicina actual, que afronta una resistencia generalizada a los antibióticos, de los que se ha abusado durante tantos años y no solo en el ámbito sanitario, sino también en el ganadero; un dilema especialmente espinoso en los hospitales. Otro ejemplo de la misma situación son las células tumorales resistentes a quimioterapia o los protozoos transmisores de graves enfermedades, como la malaria, resistentes a los fármacos utilizados en su lucha. Mientras parecen regresar a los países occidentales enfermedades que se consideraban casi descatalogadas…

Cambiando de escenario, pero no de proceso, nos encontramos con la selección imparable de plantas perjudiciales para los cultivos, resistentes a sucesivas generaciones de herbicidas agrícolas. Animales de vida corta de las ciudades, como las ratas, a las que parecen engordar los raticidas tradicionales, como conocen bien los vendedores de esos productos.

Nuestra sociedad, posiblemente está más preparada para comprender lo valioso de la cultura y lo definitivo de su pérdida que la extinción de una especie o la selección de variantes adaptadas a situaciones extremas, que hacen peligrar nuestra capacidad de respuesta: esa carrera de armas de destrucción masiva que imprudentemente utilizamos contra ellas. Sin embargo, en ambos casos, existe una irreversibilidad del proceso, una desaparición de valores, una gran pérdida para las generaciones venideras y, en definitiva, el fracaso del hombre con lo que ello conlleva: un futuro cada vez más incierto, de apariencia incontrolable, guiado de su mano.

Temas

Este blog versa especialmente sobre la conservación de la naturaleza.

Sobre el autor

Soy biólogo y me gusta escribir. Pertenezco al pequeño grupo de ingenuos que todavía piensa que el estado de las cosas puede cambiar mediante la transmisión del conocimiento, la educación y la cultura. He publicado artículos en El Norte de Castilla desde el siglo pasado, siendo colaborador asiduo del periódico entre 2005 y 2010.