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Esperanza Ortega

Las cosas como son

Ciencia y recortes

La ciencia no es sino una perversión de sí misma, a menos que su objetivo sea la mejora de las condiciones de vida de la Humanidad. Esta frase es de  Nikola Tesla, el hombre al que debemos la invención de la corriente alterna, la radio, el submarino, el radar,  la lámpara fluorescente, los rayos X y, en definitiva,  todo el mecanismo que sustenta la segunda revolución industrial y la sociedad tecnológica contemporánea. Menos famoso que Édison o Marconi, les superó a ambos tanto en el orden científico como en el moral.  Por eso, porque la finalidad de sus inventos no era la de hacer negocio, vio como sus estudios y realizaciones le eran arrebatados mientras otros más avispados se lucraban de lo conseguido con su inteligencia e industria. Poco le importaba entonces al mayor genio de las matemáticas desde Leonardo da Vinci  el rendimiento económico de sus inventos. Tesla era también un humanista y un poeta,  un filósofo tan honrado como Sócratres y un visionario con un proyecto de progreso para el futuro. Tesla  en absoluto es responsable  de que el mundo esté patas arriba, a pesar de que la corriente alterna se haya utilizado, entre otras muchas cosas, para fabricar la silla eléctrica. Él concebía la energía como un bien gratuito de la naturaleza con el que no se debía comerciar. No es extraño que fuera ninguneado, que le fuera difícil poner en práctica sus teorías, llegando incluso a ver destruido su propio laboratorio. Cuando tuvo ocasión, donó el beneficio de todas sus patentes con el objetivo de que se destinaran a continuar sus investigaciones, renunciando así a convertirse en el gran millonario de la tierra. Emigrante serbio, había llegado a los EE UU de América en 1884, con un libro de poemas, un cuaderno de anotaciones y cuatro centavos en los bolsillos. Poco más tenía cuando murió  en un hotel barato de Nueva York. Tras su muerte,  todos sus trabajos fueron confiscados por el FBI, y allí aguardan  algunos todavía sin ser analizados. Su generosidad –no su idealismo, pues su pensamiento siempre fue materialista- le enfrentó con un sistema pervertido en el que la búsqueda del beneficio económico para unos pocos impide que el genio de los hombres revierta en sus destinatarios naturales: la Humanidad entera. Quizá por eso es tan admirado por los jóvenes científicos, y hasta se ha convertido en un héroe del  comic y de los videojuegos, además de asomar la cabeza en novelas tan serias como “El palacio de la luna”, de Paul Auster.  Su gran inteligencia no le impidió trabajar cavando zanjas cuando se le cerraron todas las puertas, igual que les ocurre a tantos jóvenes investigadores actuales, que se dedican a hacer fotocopias o a despachar hamburguesas. Yo conozco a alguno de ellos y conoceré a muchos más cuando se hagan efectivos los recortes que ha anunciado  Carmen Vela, la Directora General de Investigación. Quizá entre los recortados se encuentre un Tesla, ¿por qué no?, aunque la Directora General haya afirmado que hay demasiados investigadores en España y que pocos alcanzan el nivel de excelencia. (Sin comentarios, que no hay que gastar tinta en analizar necedades). Vaya para ellos mi gratitud, mientras luchan porque no se cierren laboratorios y se interrumpan sus proyectos. Seguramente su trabajo acabará beneficiando  a unos pocos, pero su ejemplo nos ofrece a todos la posibilidad de que sigamos confiando en que la ciencia no es una perversión y, por tanto,  otro mundo es posible.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.