>

Blogs

Esperanza Ortega

Las cosas como son

Memoria de la pobreza

 

No hay nada más difícil de explicar a un niño que la aceptación social de la pobreza como algo inevitable. La pobreza engendra vergüenza, tanto si el niño la padece como si la percibe en su entorno. En mis memorias de infancia, explico la vergüenza que me asaltaba al confrontar mi vida de niña afortunada con la vida miserable de las heroínas de los cuentos, entre las que destacaba “La Cenicienta”. Mis cenicientas reales eran las niñas gratuitas del colegio, que poseían, a mi parecer, un talismán contra la mala suerte, mientras las niñas ricas acabaríamos por rabiar en medio de nuestra opulencia inmerecida. La mayoría de los escritores no pertenecen a familias pobres, pero no todos tienen la misma percepción de la pobreza ajena. Voy a comparar a dos autores provenientes de la aristocracia: Nabocov y Tolstoi. Nabocov vive en la burbuja de su mundo de privilegio familiar, sin fisuras. En Tolstoi, en cambio, la burbuja se quiebra por el sentimiento de compasión hacia sus sirvientes. Leyendo sus memorias, nos conmovemos tanto como él mismo ante la ingratitud de su padre cuando echa a la calle a su anciano preceptor. Pero la relación más íntima es la que establece con su vieja aña, que, en su pobreza, siempre guardaba en su cajita algún regalo para él. En una ocasión el aña le riñe, el niño se enfada con ella y llora rabioso. Así describe Tolstoi la escena: “sacó de debajo de su toquilla una cajita encarnada, que me ofreció con mano temblorosa. Contenía dos caramelos y un higo seco. No tuve valor para mirar a la cara a aquella buena vieja. Tomé la cajita, volviéndome de espaldas, con las lágrimas aún en los ojos. Pero no eran lágrimas de ira, eran lágrimas de ternura y de vergüenza” ¿Fue aquella vieja criada la que le regaló su conciencia social, junto con los higos y los caramelos? En el ámbito rural es en el que aparecen más casos de escritores de origen pobre. En los pueblos se daba entre los niños una relación interclasista, por eso Luis Mateo Díez, cuyo padre era funcionario, escribe sus memorias de infancia con una voz plural, en la que no se distinguen ni pobres ni ricos. En la Alcarama de Abel Hernández, la pobreza era común a todos sus habitantes, por lo que tampoco lastraba la vida infantil. Además, la maravilla de la naturaleza que les rodeaba y el hallazgo continuo de tesoros gratuitos: piedras, plantas, sapos, lagartijas, pájaros…, borraba de la pobreza su faz miserable.  Nadie como Janet Frame, la poeta neozelandesa,nos hace percibir el atractivo de la infancia pobre en medio de una naturaleza edénica.  Así describe los alrededores de la caseta cercana al ferrocarril donde se ve obligada a vivir su familia tras el derribo de su casa: “Pantano colorado, animalucho dorado, cielo gris, tren rojo, tren amarillo, carpa verde, hierba fina dorada, naranjitas de penique anaranjadas, bayas blancas y lechosas, todo iluminado por el firmamento que reflejaba la luz de la nieve de la Antártida” Más tarde, cuando abandona el ámbito rural, la pobreza le impide arreglarse sus dientes podridos, engendrando en la adolescente una vergüenza de la que no se librará en toda su vida. Otro ejemplo de esa pobreza avergonzada es el relato de infancia de Antonio Gamoneda. Gamoneda vive la escasez de la postguerra española, que se cierne también sobre familias como la suya, en la que la muerte temprana de su padre, maestro y autor de un libro de poemas, deja en la pobreza a madre y a hijo. Una escasez humillante que motiva su abandono de los estudios cuando en el colegio se mofan de que no tenga dinero para comprar los libros de texto: “No fue el sadismo ni los diversos aspectos y grados de la pederastia frailuna lo que me echó de los agustinos y acrecentó mi maldad; fue la vergüenza de ser publicado pobre”. Ésta y otras humillaciones están en el origen de su rabia contra la injusticia, pero también funcionan como un correlato poético de la profunda y hermosísima tristeza de su obra. Aunque, para los futuros escritores, la pobreza nunca es un peso imposible de sobrellevar, porque su riqueza estriba en el lenguaje, y este es un tesoro que se distribuye a partes iguales entre pobres y ricos; para comprobarlo solo hace falta leer a Eudora Welty o a Natalia Ginzburg, cuyos recuerdos infantiles se conforman en torno a la memoria de las palabras. La pobreza absoluta solo la he encontrado en Appelfeld, cuando relata su peregrinaje tras haberse escapado a los 10 años del Campo de exterminio nazi. Hambre, sed y soledad absoluta, abandono sin expresión posible. Y sin embargo, ante el hallazgo de un árbol cargado de manzanas, su asombro propicia la presencia encantada de la madre perdida. El hambre también engendra estos prodigios. Leyendo a Appelfeld me he vuelto a avergonzar ante el brillo de las manzanas que ofrece en cada una de sus páginas, igual que de niña me avergonzaba, al dewslumbrarme, el resplandor mortal de “La niña de los fósforos”. En eso estriba la maravilla de la literatura, en el poder de transformar lo despreciable en envidiable, digno de ser guardado en la memoria igual que el aña de Tolstoi guardaba en su cajita los higos y los caramelos, y de ser ofrecido a los lectores como se ofrece un talismán.

Memorias infantiles citadas:

Aharon Appelfeld. “Historia de una vida”. Península, 2004.

Luis Mateo Díez: “Días de desván”. Edilesa, 1997.

Janet Frame: “Un ángel en mi mesa”. Seix Barral, 1991.

Antonio Gamoneda: “Un armario lleno de sombra”. Galaxia Gutenberg, 2009.

Natalia Ginzburg: “Léxico familiar”. Lumen, 2009.

Abel Hernández: “Historias de Alcarama”. Gadir, 2008.

Vladimir Nabocov: “Habla, memoria”. Anagrama, 1994.

Esperanza Ortega: “Las cosas como eran”. Menoscuarto, 2000.

León Tolstoi– “Memorias. (Infancia-Adolescencia- Juventud). Casa editorial Maucci,1907.

Eudora Welty: La palabra heredada. Impedimenta, 2013.

Temas

Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.