“Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras”. La frase es del rey Alfonso de Castilla, y pertenece al Poema de Mío Cid. La verdad es que suceden cosas últimamente tan increíbles que merecerían escandalizar a las piedras. Una de ellas es la situación de la Educación y las conductas en muchos casos delictivas que nos han traído hasta aquí. Ayer los estudiantes salían a la calle para rechazar la nueva disposición que propone disminuir la duración de las carreras universitarias para aumentar el tramo de los masters de uno a dos años. No sé si el fraude que se esconde detrás de la medida habrá sido comprendido por la opinión pública, pero es tan sencillo como decir que ocasionará un gasto doble en las tasas de matrícula, ya que los master son mucho más caros que los cursos normales, y de esta manera se ahondará aún más en la desigualdad de oportunidades que este gobierno parece haberse propuesto como meta primera. Les voy a explicar solo un ejemplo que conozco bien: el CAP, curso de capacitación pedagógica con categoría de master, dura un año y cuesta 3000 euros en una universidad pública. Es imprescindible no solo para presentarse a oposiciones sino también para ser contratado en cualquier colegio privado, público o concertado; hay universidades privadas que lo ofrecen online por el módico precio de 4. 500 euros, las más baratas. Saquen ustedes las conclusiones y verán por qué a estas universidades les conviene que aumente su duración. La educación puede ser un negocio, no para los profesores, claro está, sino para todos los buitres que revolotean alrededor de los alumnos y de sus familias. Esto lo sabían bien Granados y sus secuaces de la operación Púnica, que ganaban un millón de euros cada vez que adjudicaban gratuitamente los terrenos para construir un colegio concertado en la Comunidad de Madrid. Así cumplían la promesa de Esperanza Aguirre, empeñada en garantizar la libre elección de los padres para la educación de sus hijos. Hasta sectas como los Legionarios de Cristo se beneficiaron de la trama gansteril que distribuía conciertos a la carta. Por cierto, ¿no habrá en el Ministerio de Educación ni en la Comunidad de Madrid ningún responsable de tal atropello? Lo que es seguro es que los alumnos con menos posibilidades económicas han sido las víctimas de negocios tan lucrativos. ¿Y qué me dicen de los comedores escolares? En Castilla y León hemos tenido el ejemplo de adónde lleva la adjudicación de contratos millonarios con empresas que no garantizan ni siquiera las normas elementales de conservación de los alimentos en las colegios de Primaria. Arturo Fernández, tan amigo de Esperanza Aguirre, llegó a hacerse con un grupo de colegios para “diversificar” su actividad empresarial. Cuando dejaron de ser negocio, tres de ellos intentó vendérselos ¿saben a quién?: nada menos que al Pequeño Nicolás, que presumía de ser el representante de una gran empresa inversora. De su intervención en los Cursos de Formación fraudulentos de la Comunidad de Madrid nos enteraremos del todo cuando su responsabilidad penal ya haya prescrito, como ha sucedido con numerosos responsables de la trama Gürtel, según la sentencia que hace apenas dos días se hizo pública. Así que, para resumir, cuando se habla de Educación en España, se habla de negocio, de dinero, de fraude. Lo demás es una cortina de humo que ciega el entendimiento de los incautos que todavía creen que es un bien público. Pero en España pocos se escandalizan de algo que debería hacer hablar a las piedras.