Se llevan pocos días. La que nació primero ha sido recibida entre los vítores de la multitud que se agolpaba a las puertas del hospital Saint Mary de Londres. Se trata de Charlotte Elizabeth Diana, el nombre completo de la princesa de Cambridge. La segunda nació en medio del Mediterráneo, en el buque Bettina, un barco de salvamento de la Marina Militar que acababa de rescatar a su madre, entre los 850 personas que trataban de arribar en la costa de Sicilia. Su nombre es Francesca Marina, y los títulos de “bambina reale” y “princesa patera” se los han adjudicado sus súbditos twitteros. El nacimiento de Francesca Marina, a la que nadie esperaba, supuso un rayo de esperanza entre los que se acababan de salvar de la muerte; en ese sentido, fue más emocionante que el de la princesa de Cambridge, recibida por cien salvas de cañón. Una princesa y una mendiga unidas en el momento en que abrían los ojos al mundo, qué coincidencia. Me digo que podría servir como argumento de un relato, pero enseguida me doy cuenta de que su historia ya está escrita. Se trata de la novela de Mark Twain “Príncipe y mendigo”, que cuenta la historia de dos niños casi idénticos a los que solo diferencia el origen social: Tom Canty, un mendigo que vive en Offal Court, el barrio más pobre de Londres, y el príncipe Eduardo, hijo de Enrique VIII de Inglaterra. Tom y Enrique intercambian los papeles en la novela: el mendigo se queda en palacio y el príncipe se va a buscar la vida fuera de sus murallas. ¿Se imaginan que ocurriera lo mismo con estas dos bebés? Todo recién nacido es el sobreviviente de un naufragio, y las manos que lo recogen lo rescatan cuando intenta arribar a un puerto inseguro, sin papeles. Ambas bebés habían ido creciendo en la húmeda oscuridad del útero materno, sin que las deslumbrara el resplandor del dolor o del miedo. Ambas son princesas que han perdido su reino, donde lo tuvieron todo, por tanto, hoy, para ambas, la vida es aún un libro en blanco. Pero sabemos que el argumento de esos dos libros será muy diferente, uno pertenecerá al género de novela rosa y otro al de la novela negra. Su nacimiento al unísono representa de forma prístina el absurdo de la desigualdad social. Carlota y Francesca nunca llegarán a encontrarse, nunca se mirarán a los ojos para ver su imagen como en un espejo. El mismo cielo y el mismo sol saldrá para las dos y respirarán el mismo aire, pero nunca llegarán a reconocerse. En el último capítulo de la novela de Mark Twain, el verdadero príncipe recupera su trono, pero al lector le cabe la sospecha de que ambos hayan intercambiado para siempre los papeles. ¿Cómo distinguirlos? Es así de arbitraria la división en clases, que ninguna religión o ideología ha logrado justificar. Lo seguro es que hay quienes desearían que un día ambas se confundan y quienes desean que no se confundan nunca. Unos apuestan por un mundo sin príncipes ni mendigos y otros contribuyen a que se agrande la sima de la desigualdad. Ya sé que les pareceré maniquea, pero esto es lo que me muestra la vida cada día que pasa: durante siglos han luchado ambos ¿sectores? de la Humanidad, los que defienden que el mundo siga como está y los que desean cambiarlo por otro distinto. Y lo curioso es que ambos tipos de seres humanos son de la misma especie, que todos nacimos desnudos, vulnerables, mendigos anhelantes de un reino imposible.