“Por San Blas, cigüeñas verás”, decían antes. Antes, porque en el futuro veremos cada vez menos cigüeñas, ahora que han decidido que son dañinas para nuestro patrimonio cultural; y dejaremos de verlas para siempre cuando acaben destruyendo todos sus nidos. Las cigüeñas son aves migratorias, -el símbolo mismo de los emigrantes, según el geógrafo Estrabón-, y vuelven cada primavera para construir sus nidos en los campanarios. Por eso García Lorca las llamaba cigüeñas musicales: no saben cantar, sólo crotorean, pero adoran la música de las campanas. ¿Quién no se ha quedado absorto alguna vez mirando una cigüeña, impávida, como si fuera una extraña flor dibujada en el cielo, que hundiera en el aire sus raíces invisibles?. Yo he visto cientos de cigüeñas porque soy aficionada a mirar hacia arriba, pero nunca las he visto llegar o marcharse, aparecen de súbito y se desvanecen, se suceden como las estaciones. ¿Desaparecerán también las estaciones?, ¿llegará el día en que nadie espere el advenimiento de la primavera? Puede ser. Como puede ser que hoy se estén eliminando sus nidos sin recato ninguno a pesar de haber sido declaradas especie protegida. Se destruyen en el Espinar de Segovia y en Mojados, por decir dos lugares donde tradicionalmente las cigüeñas establecían sus colonias. Y se eliminan con la equiescencia de la Iglesia y de las autoridades. Dicen que atacan al patrimonio cultural, como si la naturaleza no fuera más importante que su representación artística. No nos será fácil explicar a nuestros descendientes lo que era una cigüeña, ¿se lo imaginan? Lo vaticinó León Felipe: “Aquel pueblo con su campanario/ y su cigüeña (…)/ ¿dónde está?/ Sólo en mi recuerdo…/ solo en mi imaginación que se deshace…” Sí, tendremos que repetir los versos de los poetas. Diremos, con Machado: “La blanca cigüeña/ como un garabato/ tranquila y disforme, ¡tan disparatada!/ sobre el campanario.” Es rara la cigüeña, es verdad. Machado dice que “dormita volando” y Gabriel Miró la ve nadar en el cielo, como un pez alado. Tienen algo… una profundidad en la postura que las diferencia de los otros pájaros… como si con su inmovilidad imperturbable estuvieran guardando el alma del mundo o como si fueran ellas mismas ese alma distante. Los egipcios debían de creer en algo parecido, porque para ellos el “ba”, que representaban con el jeroglífico de la cigüeña, era el alma del hombre que, después de muerto, iba y venía de la tierra al cielo, del cielo a la tierra, intentando que el hilo de la vida no terminara nunca de romperse. Quizá por eso la tradición popular sitúa a las cigüeñas como potadoras de los niños recién nacidos, ¿qué otras aves podrían encargarse de tan delicada misión?, ¿quién mejor que ellas conoce el camino? Pues bien, las autoridades civiles y eclesiásticas deciden que sí, que las cigüeñas son maravillosas y quedan muy bien como figuritas de dulce encima de las tartas de bautizo, pero no sobre sus nidos en los campanarios. No, y para que no vuelvan han inventado unos artilugios que incluyen dispositivos eléctricos de descargas y de ultrasonidos, para ahuyentarlas por completo. Dentro de muchos años, alguien recordará aquellas cigüeñas que veía de niño y quizá consiga reproducir en un lienzo la imagen que guardaba en su memoria, pero aquellas cigüeñas, las nuestras, las de todos, las que hoy todavía sobreviven a la insensatez y a la ceguera de los desaprensivos, esas…. No volverán. Ojalá me equivoque.