Lo gritábamos los niños en el cine, cuando el héroe iba a ser sorprendido por la espalda: ¡Qué vienen los malos! Esa era la clave para entender cualquier película: quienes eran los buenos y quienes los maños. Tampoco era difícil, porque los malos eran feos y tenían muy mala puntería. Aquella dicotomía maniquea me funcionó de maravilla hasta que topé con una buena película del Oeste. Resulta que los indios, por muchas cabelleras que arrancaran, eran mis queridos malos. Y luego vinieron los piratas. ¿Que era malo el Corsario Negro? ¡Por Belcebú! Mala sería la armada española y el gobernador Van Gould, pero no un filibustero generoso que solo con asomarse a la cubierta del Rayo hacía amainar las tempestades. Por eso, porque había visto ya muchas películas y había leído ya muchas novelas, pasaba de las clasificaciones de buenos y de malos. Y sin embargo, sí que hubo un caso que me llamó especialmente la atención. Debajo del nombre de Vladimiro Lenin –así, castellanizado, que es como aparecía en los libros de Historia de entonces- se decía que era “intrínsecamente malo”. Había malos malísimos, como Nerón o Robespierre, pero no eran “intrínsecos”. “Intrínseco” quería decir que alguien lo era por si mismo, con independencia de las circunstancias, es decir, que la maldad de aquel Vladimiro la llevaba en los genes. El mismo diablo había sido bueno antes de rebelarse contra Dios. Entonces, ¿aquel hombrecillo de mirada incisiva que siempre aparecía dibujado con media perilla y con el puño en alto era más malo y más intrínseco que el mismo diablo? Sonaba tan raro, que decidí informarme por mí misma. Y como resultado de mis pesquisas, en menos de un año ya había leído “Los diez días que conmovieron al mundo”, más todo lo que redundara en mi formación de joven comunista. ¡Qué tiempos aquellos! Si no hubiera sido por el Gulag de Stalin, por el asesinato de Trotsky o por las atrocidades de Mao…. todavía seríamos intrínsecamente felices, seguro que hasta habíamos aprendido a tocar la balalaika. Pero la historia es así, no se borra nada nada nada, por mucho que nos rompa los esquemas y el corazón, y aquí estamos ahora todos juntos, los descendientes de los zares con los descendientes de los mineros de la revolución de Asturias. Unos con más y otros con menos, pero todos con el derecho al voto. A la hora de votar es difícil que votemos lo mismo, porque hay gente que lo hace con el corazón y otros con la mollera, y hay unos terceros que lo hacen con la cartera. Hasta hace poco yo decía que los peores eran estos últimos, pero hoy a los que menos soporto es a los que votan por miedo. ¿Miedo?, ¿a qué? Rajoy recomienda votar por miedo a que vengan los malos. Pero para que haya malos tiene que haber buenos. ¿Y quién son los buenos? De los que ayudan a los refugiados que se hunden en el Mediterráneo se dicen que eso es “buenismo”, y de los que luchan contra los desahucios se dice que eso es “populismo”. ¿Entonces? ¿Y si los malos fueran los ladrones? ¡AY, Señor Presidente!, ¿no conviene conmigo que su partido es “intrínsecamente” ……?! ¡Que vienen los malos! Y resulta que están aquí, tan modositos, esperando a que sus votantes recuerden lo que decían los libros de Historia del franquismo, aquellos que tan bien se sabían. Pero yo les aconsejo que lean esta frase: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades” ¿A que suena bien? Pues lo dijo un …… intrínsecamente malo.