Siempre que se celebra el Día de la Mujer trabajadora me acuerdo de las exiliadas republicanas españolas que fueron también las primeras feministas de nuestro país. La posición irrelevante de las mujeres de su tiempo las hizo invisibles incluso para su entorno político. Sólo se habla de ellas cuando mueren, entonces los periódicos cuentan sus hazañas y subrayan sus cualidades intelectuales, acompañadas siempre estas necrológicas con alusiones a sus compañeros o maridos –cuando hablan de ellos no se refieren a ellas, es curioso-. ¿Quedará el nombre de alguna de estas mujeres en la memoria pública? El que sí que parece que va a quedar es el nombre de Alejandra Soler, pues ella contó con algo a su favor que no está al alcance de la mayoría: su saludable y extraordinaria longevidad. Murió la semana pasada, a los 103 años. Había regresado a Valencia en los años 70 y participado activamente en la vida política desde entonces. Sus últimas amistades eran los jóvenes del 15M, con los que compartía indignación y entusiasmo. Desde que salió de España en el 39, dejando su trabajo de maestra, y tras escaparse de un Campo de Concentración de la Francia de Vichy, el general francés que colaboró con los nazis, Alejandra Soler vivió en Rusia dando clases de español, pero de lo único que presumía era de haber salvado del cerco de Stalingrado a treinta niños españoles que le habían dejado a su cargo. Estos treinta ancianos –no ha muerto ninguno hasta ahora- no la habían olvidado y le seguían escribiendo para felicitarle su cumpleaños. Inteligente como una ardilla, era crítica con el comunismo soviético y siempre deseó regresar a España para continuar aquí la lucha por la justicia y la libertad. Dicen que su cualidad más relevante fue la de conectar especialmente con los jóvenes. Y es que una mujer como ella no se podría haber entendido bien con las mujeres de su edad en la España franquista. Una de los grandes obstáculos del feminismo es que hayan sido precisamente las mujeres mayores las encargadas de conservar y trasmitir las ideas machistas más retrógradas. Lo mismo ocurre en todas las culturas. Hace muy poco estuve leyendo a Aisha al-Taymuriyya, una poeta egipcia de finales del siglo XIX que cantaba en un poema el orgullo de llevar el velo: “No lamento mi reclusión, ni el nudo de mi pañuelo/ la ropa que visto o el orgullo de vivir tutelada. / Estar en el harén no me impide gozar/ ni me impide ir tapada de la cabeza a los pies” Esto decía Aisha al- Taymuriyya en uno de sus poemas más celebrados. Pero decía también en otro poema, refiriéndose a los hombres que discutían de literatura y de política: “¡Cómo ardía mi corazón de ganas de participar en sus amenas tertulias!/ Me impedía cumplir aquel anhelo el velo propio del harén/ y el cerrojo del gineceo me vedaba el acceso al brillo de aquellos astros”. Al leer estos versos, me he acordado de mi madre, que nació el mismo año que Alejandra Soler, y que más de una vez me confesó la envidia que le daban los chicos que iban a estudiar al Instituto Jorge Manrique de Palencia, donde ella solo pudo entrar como público mudo, a escuchar los exámenes orales, que entonces eran públicos. ¡Cuántas mujeres hubieran deseado disfrutar del brillo de los astros prohibidos, aunque no tuvieran la valentía de Alejandra Soler para expresarlo abiertamente! Pensándolo me reafirmo en la idea de que el movimiento feminista es el movimiento liberador más justo y digno de toda la historia de Occidente.