En Camelot, en presencia del Rey Arturo y alrededor de la Tabla Redonda, juraron los allí presentes los votos de la caballería. Hoy pocos leen estas historias, pero si lo hicieran, verían que todavía nos hablan de sentimientos dignos de ser valorados: los caballeros juran usar su fuerza y su destreza no para atacar, sino para defender la justicia, y muy especialmente a los que necesitan de su apoyo: los más débiles, quienes no pueden valerse por sí mismos. Dentro de este grupo están las mujeres de todas las edades y condiciones, tanto nobles como campesinas, tanto viudas como doncellas. Decir siempre la verdad y estar dispuesto a morir por mantener la palabra dada, he aquí los dos mandatos finales del juramento. Si cumple con lo prometido, el caballero generoso un día llegará a beber de la copa del Santo Grial, la que guarda la sangre que recogió José de Arimatea mientas Cristo moría en la Cruz, y de esa forma se restaurará un orden justo y humano en este mundo degenerado y salvaje. Sin duda la hazaña de Ignacio Echeverría es la propia de un valiente caballero. Ante los gritos de socorro de una mujer, no pudo ser indiferente y se enfrentó sin miedo a los felones. Como comprenderán los que me leen de vez en cuando, aunque parezca mentira no hablo en broma en absoluto, pienso realmente que mejor nos iría si los ideales caballerescos inspiraran a los hombres y a las mujeres de hoy. Y si tanto ha conmovido el comportamiento de Ignacio Echevarría en el puente de Londres –los caballeros elegían los puentes para demostrar su valor, sin duda porque el puente simboliza el paso de un mundo a otro mundo-, si tanto ha conmovido su noble comportamiento es porque en nuestro imaginario moral tenemos una idea del héroe que coincide con la de aquel que arriesga su vida por la comunidad, en defensa de los indefensos. Ponerse de parte del débil convierte en justa incluso la idea más peregrina, lo decía Antonio Machado por boca de su apócrifo, Juan de Mairena: cuando no sepáis qué bando elegir en una contienda, poneos siempre de parte de las víctimas, de los pobres, así estaréis a la altura de las circunstancias. Hoy muchas abominan de estas ideas caballerescas por considerarlas machistas, pues relegan a la mujer a un papel secundario, de víctima a defender o de mera inspiradora del caballero. Pero deberían saber las que así hablan que fueron las mujeres, especialmente la reina Leonor de Aquitania, las que impulsaron los ideales del honor caballeresco, hasta el punto de que muchas piensan que fue la misma reina la que escribió la obra firmada por Chrétien de Troyes. Lo que está claro es que el machismo cobarde de los que atacan a diario a las mujeres aprovechándose de superioridad física, nada tiene que ver con la caballería, más bien está en sus antípodas. Los caballeros de la Tabla Redonda, al igual que Ignacio Echeverría, nos salvan a todos y a todas del círculo infernal en donde reina el egoísmo, y nos devuelven a Camelot, el reino de mito. Mujeres muertas a manos de sus parejas masculinas, conversaciones entre ladrones que se escudan en el poder para traicionar a sus votantes, pequeños ahorradores perplejos que ven como de un día para otro se quedan en la ruina, energúmenos que se lanzan armados de cuchillos contra la multitud….Gracias, Ignacio, por propiciar que por unos minutos vivamos como si estuviéramos muy lejos de ellos, gracias de todo corazón.