Henri Michaux escribió un libro titulado “En otros lugares”, en el que se interna por lugares imaginarios, habitados por pueblos de costumbres tan extrañas como sus propios nombres: los emanglones, los omobules, los ecorabietas etc. Entre ellos encontramos a los hasc que “se las arreglan para formar cada año algunos niños mártires a quienes infligen malos tratos y evidentes injusticias. De esta manera han formado grandes artistas y poetas pero también han formado asesinos, anarquistas (siempre hay excepciones) y, sobre todo, reformadores y extremistas inauditos”. Recordé el método educativo de los hasc cuando leí en el periódico la vida torturada de los 13 hijos de la familia Turpin. Lo que más me impresionó de esta historia es que fueran sus padres los autores de este rapto perpetuo, cuyo motivo nadie alcanza a explicarse. ¿Sadismo?, ¿locura? Y me llamó la atención un detalle: no les dejaban a los niños otro entretenimiento que cuadernos en blanco para que escribieran sus diarios. Me acordé enseguida de la maravillosa libreta que me daban a mí cuando hacía ejercicios espirituales en un internado religioso, libreta en la que escribí mis primeros poemas, en aquellos largos días en los que todo estaba prohibido: hablar, cantar, jugar o reír. Y me acordé también, claro está, de los niños mártires salidos de la imaginación de Michaux. Pero enseguida me quité de la cabeza la idea de que los dos descerebrados Turpin quisieran hacer de sus hijos grandes escritores y pasé a analizar qué les habría impulsado a realizar tales atrocidades. Me fijé en la apariencia de familia feliz que conseguían en las fotos que colgaban en Facebook: las hijas uniformadas con recatados vestidos escoceses y los hijos con trajes impolutos, alrededor de sus dos progenitores, orgullosos sin duda de su numerosa prole. Irradiaban ternura. Me recordaban a los protagonistas de “La gran familia”, aquella película inolvidable que veíamos en la época en que Franco repartía sus premios de natalidad entre las familias numerosas. Aunque, mirando la fotografía con más atención, pienso en la familia Trapp. La afición de los Turpin por Disney y su acendrada religiosidad confirman esta última idea. Sí, parece que en cualquier momento se van a poner a cantar “Do, estrato de varón, re, selvático animal…”, aunque sabemos que en la vida de estos pobres niños no parece que hubiera ninguna sonrisa, sino lágrimas y dolor constante. Luego nos imaginamos lo duro que sería para sus padres ver cómo sus hijos llegaban a la adolescencia y ya no cabían en los vestidos escoceses o simplemente no querían ponérselos ni salir en la foto. ¿Así es como sucedió?, ¿decidieron que fueran niños perennes? Empezarían por prohibirles comer lo suficiente, luego enfadarse, luego reírse de ellos, y luego… respirar, bajo amenaza de terribles castigos. Pero a la familia perfecta le fue imposible evitar que una de sus hijas se saliera del marco de la foto y escapara por la ventana hacia la libertad. Menos mal que lo hizo. Y ojalá se olviden pronto de los Turpin los medios de comunicación para que puedan conseguir ser libres de verdad. Aunque yo me quede sin saber una cosa: ¿qué escribían en aquellos diarios?, ¿habría entre ellos alguno que, como Segismundo encadenado, se preguntara qué delito habría cometido para recibir ese trato?, ¿habría alguno que, mirando los renglones del cuaderno, decidiera salirse de su prisión de papel por medio de la escritura?, ¿qué secreto esconden los diarios de la gran familia?