Mientras Correa y Costa confesaban, ¡por fin!, que el PP se financiaba con el dinero negro de empresarios tan aprovechados como afines, y que estas operaciones mafiosas las organizaban las altas instancias del ppartido, ocurría algo mucho más relevante para los españoles: Irene Montero acuñaba por primera vez el término “portavoza”. Sí, y los españoles -y las españolas- de toda condición se rasgaban las vestiduras al unísono ante lo que consideraban colosal vituperio para su venerada lengua madre. Pero he aquí que el mismo locutor que hace unos instantes aseguraba tan contento que “han habido” muchos automovilistas multados este fin de semana, “mismo” que la semana pasada, y que había ganado un concurso de disfraces una pareja de carnaval en la que “ambos dos” iban vestidos de bomberos, pues la misma persona, señoras y caballeros, se escandalizaba acto seguido de que Montero hubiera dicho “portavoza”, tanto, tanto como si hubiera insultado a su propia madre que en paz descanse. A mí lo de portavoza también me suena fatal, todo sea dicho. Y sé que portavoz es una palabra compuesta, como bocacalle o sacapuntas, por lo que el femenino de voz no ha lugar. Pero también es verdad que me sonaban fatal “médica” y “jueza” hasta hace bien poco, y que la primera vez que oí “enfermero” o “azafato” me tuve que volver para que no se dieran cuenta de que me estaba dando la risa. No me extrañaba entonces, sin embargo, que se llamara “modisto” al sastre de postín –aunque no se dijera “periodisto” o “dentisto”-. A un artista del diseño textil no se le iba a llamar “modista”, profesión sin glamur, al fin y al cabo oficio de mujeres. Igual que a los cocineros se les llama chef para diferenciarles de las cocineras, porque se dan mucha menos importancia. ¿Cómo habremos de llamar entonces a Fina Puigdevall, a Carme Ruscadella y a Beatriz Sotelo, cuyo arte culinario ha sido reconocido con estrellas michelín? ¿Cocineras o “chefas”? ¿Y a los hombres que tienen el oficio de comadrona –que hoy los hay- se les llama comadronos o matronos? ¿o simplemente el matrona? ¡Ay! ¡Qué miedo!, que ya les veo venir a los puristas con las antorchas encendidas. Difícil tesitura. Está claro que si una -o uno- no quiere acabar en la hoguera, es mejor que no se meta en estos berenjenales lingüísticos, que puede salir trasquilada. Pero el caso es que no acabo de entender esta santa indignación, tan semejante al sentimiento religioso, que les ha entrado a tanta gente al oír el neologismo de Irene Montero. Todos los días muchos hablantes acuñan nuevas palabras; unas pasan sin pena ni gloria y otras se quedan en el habla popular, que es el que hace evolucionar la lengua que estudian los gramáticos. Y nada podemos hacer los individuos contra los neologismos si es que echan raíces en la tierra del habla. Por ejemplo, a mí me repatean los verbos “implementar” y “empoderar”, pero sé que es inútil despotricar contra su uso, que en poco tiempo se ha generalizado. Y más me repatea todavía que las anécdotas sin importancia, como la de la “portavoza” de Irene Montero, se conviertan en controversias nacionales. ¿Y qué me dicen de las super-heroínas académicas que se ofrecen a salvarnos del ataque léxico en las portadas de algún vetusto periódico? Sin comentarios, porque la cursilería rancia no lo merece. A mí de tanto oírlo ya me suena mejor, y si lo digo en diminutivo casi me deja de disgustar: el portavocito, la portavocita.. ¿y la portivoce? ¡Un poco de por favor!