Creíamos que la ley Wert había pasado a la Historia, sobre todo desde que el gobierno planteó la necesidad de un “pacto educativo”, pero nos equivocamos. Una cosa es que Wert disfrute de un exilio dorado en París, junto a su millonaria esposa –se lo ganó cuando abrió la caja de los vientos independentistas al decir que iba a “españolizar” a los estudiantes catalanes-, y otra cosa muy distinta es que la derecha española vaya a renunciar a uno de sus grandes baluartes históricos. Esta misma semana el Tribunal Constitucional establecerá, en coherencia con su composición conservadora, la constitucionalidad de los apartados segregacionistas de la ley Wert. Me refiero a la segregación en la educación de niños y de niñas por separado en la enseñanza concertada, es decir, la que pagamos todos con nuestros impuestos. El otro punto a tratar es la segregación de los alumnos en base a sus resultados académicos, es decir, los torpones con respecto a los “alumnos de excelencia”. El tercer punto es el de la religión como asignatura evaluable y no solo como catequesis optativa. Los escritores que han recordado en sus memorias de infancia su educación en colegios católicos han ofrecido de ella un relato lamentable, desde el “Retrato de un artista adolescente” de Joyce hasta “Un armario lleno de sombra” de Antonio Gamoneda. ¡Qué diferencia con el respeto con que Antonio Machado recordaba sus paso por la Institución libre de Enseñanza o el cariño con que Luis Mateo Díez recuerda en “Días de desván” a sus maestros de enseñanza primaria en la escuela de su pueblo en la montaña leonesa. Pero volviendo al segregacionismo, que es lo que parece que va a bendecir el Tribunal Constitucional, quiero recordar un texto de “Diario de invierno”, de Paul Auster, en donde explica la gran virtud de la educación anti-segregacionista que él disfrutó: “Tus compañeros iban desde los brillantes, pasando por los de inteligencia normal, hasta los semirretrasados mentales. Eso es lo que suele ocurrir en la enseñanza pública. Todos los que viven en el barrio pueden ir gratis, y como tú creciste en una época anterior al advenimiento de la educación especial, antes de que establecieran colegios aparte para dar cabida a niños con presuntos problemas, cierto número de tus compañeros de clase eran discapacitados. (…) Echando ahora la vista atrás, consideras que esas personas constituían una parte fundamental de tu educación, que sin su presencia en tu vida, tu idea de lo que entraña el hecho de ser humano quedaría empobrecida, carente de toda hondura y simpatía, de toda comprensión de la metafísica del dolor y la adversidad, porque aquellos eran niños heroicos, que tenían que trabajar diez veces más que cualquiera de los otros para encontrar su sitio. Quienes hayan vivido exclusivamente entre los físicamente dichosos, los niños como tú que no sabia apreciar su bien formado cuerpo, ¿cómo podrían aprender lo que es el heroísmo?. Esta claro que, por desgracia para ellos, ni Wert ni Gomendio acudieron a la misma escuela que Auster, pero no por eso es más verdad que ningún tribunal puede dictaminar a favor de algo que va contra la ética individual y la justicia social, o al menos no debería hacerlo en nuestro nombre ni con los impuestos que pagamos todos. El gobierno dice que al establecer distintos “itinerarios” educativos defiende la libertad de los padres. Pero, ¿los niños son un bien exclusivo de sus familias o es la sociedad la que debe velar por que “todos y todas” gocen de los mismos derechos?