“ETA, organización socialista revolucionaria vasca de liberación nacional, quiere informar al Pueblo Vasco del final de su trayectoria” Así anunció Josu Ternera el fin de ETA, la organización terrorista responsable de más de 800 asesinatos que tuvo en jaque a los sucesivos gobiernos de la democracia española hasta 2011. Seguramente hoy a la mayoría de los etarras les gustaría cerrar los ojos y que se borraran esos crímenes por arte de magia, pero es imposible, como saben bien los familiares de los muertos ¿Fue solo un mal sueño? No, y en términos políticos podríamos decir también que todos los españoles hemos sido víctimas de ETA, pues muy distinta sería la historia de España si esta organización no se hubiera encargado de atemorizar a una ciudadanía cada vez más pacata y miedosa, dispuesta a votar a cualquiera que le prometiera vencer a la banda armada. Sin embargo, los que no lo hemos padecido no sabemos lo triste que tiene que ser cruzarse en la calle con alguno de los verdugos de sus familiares o amigos, o con los que colaboraron con ellos espiando a las víctimas o proporcionándoles las armas y la manera de ocultarse tras sus fechorías ¿Y qué me dicen de los vecinos que salían a la calle a gritar “ETA mátalos”? Se preguntarán por qué recuerdo yo ahora hechos tan desagradables, precisamente cuando la banda se disuelve y parece que la paz definitiva es posible. Pues lo recuerdo porque temo que con la alegría de las celebraciones se olvide lo que no se puede ni se debe olvidar. Solo esta actitud vigilante impedirá que se hagan homenajes a los asesinos o que se pongan calles o escuelas a su nombre. ¿Se imaginan que a Otegui se le concediera la medalla de Oro del País Vasco o el Premio a los Derechos Humanos? Pues esto, aunque parezca algo absurdo, ya ha ocurrido en otros casos. No me refiero solo a las víctimas de ETA, sino a las víctimas del franquismo. Durante más de cuarenta años aguantaron en silencio, deseando que muriera el dictador para contar su historia, y cuando llegó ese momento se les dijo que había que callar, que de otra manera impedirían la reconciliación entre los españoles de ambos bandos. Y en aras a esa reconciliación callaron, pero no olvidaron los nombres de sus padres y madres, de sus abuelos y abuelas abandonados en pozos y descampados, en los barrancos y en las laderas de los caminos, tras haber sido asesinados por los mismos cuyos nombres figuran en los callejeros de nuestros pueblos y ciudades. Callaron también los que todavía padecían las secuelas de la cárcel y de la tortura, todo en aras de aquella paz anhelada, esperando que llegara el tiempo de enterrar a sus muertos y sobre todo de devolverles la dignidad perdida. Han pasado 40 años y todavía para muchos no ha llegado ese momento. Y mientras, el excomisario Antonio González Pacheco, apodado Billy el Niño, se pasea por la calle muy ufano, presumiendo de su pensión extraordinaria, sin duda por haber sido el mayor torturador del franquismo. Quizá un día se encuentre con Josu Ternera y se vayan los dos juntos a tomar unas tapas. Todo podría suceder ¿Querría esto decir que los españoles por fin nos hemos reconciliado o querrá decir que los asesinos han vencido? En cualquier caso, muchos evitaremos cruzarnos con cualquiera de ellos si los vemos venir a nuestro encuentro. Y no por deseo de venganza, sino por un problema de higiene pública.