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Carlos Aganzo

El Avisador

Neruda, al pie de la letra

Creció en la garganta de los hombres «hasta imponer la claridad del canto». Eso es lo que hizo la letra, con paciencia de siglos, según cuenta Pablo Neruda en su ‘Oda a la tipografía’, una de sus más célebres ‘Nuevas odas elementales’ que se publicó por separado en una edición especial de la editorial Nascimento en 1956, y que ahora resucita, de la mano de El Pasaje de las Letras (www.pasajedelasletras.es), en una publicación facsímil que se presentará en Valladolid el próximo viernes. El poeta que siempre cantó a la belleza, que amaba a los paisajes tanto como a las palabras y a las mujeres tanto como a la buena mesa, quiso supervisar personalmente aquella edición, de la que se tiraron cuatro ejemplares impresos en papel Wathmann, 150 en papel Fabriano, numerados y firmados por el autor, y mil más en papel Alfa Loeber, lo que supuso un pequeño acontecimiento para el Chile de la época, pero sobre todo un testimonio permanente de la devoción de Neruda por la letra impresa.

Bodonis «algebraicos», Aldus «firmes como la estatua marina de Venecia», letras largas, severas, erguidas, cabales o finas… todas son cantadas con la misma inspiración en estos versos que Neruda escribió en Isla Negra en 1955, en un momento muy especial de su vida. Después un dorado exilio que le había llevado por París, Capri o Nápoles, el poeta había regresado a Chile tres años antes, y mientras escribía los versos incluidos en sus ‘Nuevas odas elementales’ preparaba la separación matrimonial de Delia del Carril, para poder casarse con Matilde Urrutia. Poco a poco, la casa de Isla Negra se iba convirtiendo en ese gran símbolo de la poesía chilena y universal que se consagraría después con la muerte del poeta.

Aunque en los versos de esta ‘Oda a la tipografía’ sigue latiendo, y con fuerza, el pulso revolucionario del autor del ‘Canto general’, su cuidada presentación nos habla también de ese ‘otro’ Neruda cuidadoso y exquisito, de ese poeta-gourmand empeñado en rodearse de belleza por todas partes que nunca dejó de ser desde sus tiempos de diplomático y hasta el último día de su vida. Un poeta preocupado por la vida de los mineros de Chile, pero también por la perfección del poema-objeto, del libro-obra de arte. Desde su misma portada, donde la preciosista firma de Pablo Neruda compite con una tipografía muy de los años cincuenta, cada letra cobra un protagonismo indiscutible en la página, y todas juntas forman esta oda singularmente nerudiana. El hombre que por jugar jugó hasta con su nombre, cambiando aquel ampuloso Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, más propio de un procónsul de la patria, por ese otro Pablo Neruda, sin duda más alado y volandero, quiso dejar aquí testimonio de una de sus grandes verdades poéticas: las letras construyen las palabras, y las palabras construyen al hombre. Algo que sabían muy bien los calígrafos orientales que él tuvo la oportunidad de conocer en persona. Porque la letra, al fin, «no fue sólo belleza, sino vida».
Un poema-libro, en definitiva, para poetas y para tipógrafos; para cantores de la belleza y para impresores; para todos aquellos que creen en el poder transformador de la palabra. Un libro para leer, para ver y para tocar. Para disfrutar de la enigmática belleza de los tipos de imprenta. «Debajo/ de las nuevas pirámides escritas / la letra / estaba viva, / el alfabeto ardiendo».

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