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Carlos Aganzo

El Avisador

Amancio Prada, ¡qué gracia para donosos!

Después de haber cantado a trovadores, místicos y románticos; a Rosalía, a Machado, a Manuel Vicent y hasta a «la poetísima trinidad del siglo XX» –a saber, Lorca/Cunqueiro/García Calvo–, Amancio Prada vuelve a sus mejores esencias con una bellísima edición de las ‘Coplas’ a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, en un disco libro que constituye una pequeña joya bibliográfica. Como si de un taller medieval se tratara, sobre los pasos musicales del trovador del Bierzo el amanuense Pablo González ha caligrafiado en su ‘scriptorium’, con delicadeza monacal, las viejas coplas manriqueñas, y el poeta Juan Carlos Mestre ha iluminado con sus deslumbrantes ilustraciones y ‘frottages’ (calcos sobre lápidas e inscripciones) todo el conjunto, hasta formar este «códice del siglo XXI» que trae una vez más a la actualidad la fuerza, la belleza y la pulsión poética de la elegía más famosa de la literatura española.

Al vibrante intimismo con el que Amancio Prada ya abordara, por ejemplo, el ‘Cántico espiritual’ de San Juan, con los violonchelos de Mariana Cores, Hilary Fielding y Marina Sorín, el contrabajo de Carlos Ibáñez y las percusiones de Coetus, se unen en esta nueva composición la guitarra flamenca de Josete Ordóñez y el piano de Eduardo Laguillo, arropando la singular voz del cantante con una envoltura a medio camino entre las raíces profundas españolas y la línea más elegante de la música contemporánea europea. Con este acompañamiento, el ‘planto’ de Jorge Manrique cobra una nueva dimensión, y trae a nuestro tiempo aquel mundo de caballeros esforzados, reyes poderosos y trovadores de encendida inspiración, todos ellos igualados por la justicia inmisericorde de la muerte.

Acompañar la audición de este nuevo disco de Amancio Prada con la lectura y el deleite visual que ofrece esta cuidada edición de Casariego constituye sin duda una experiencia que, en el mejor estilo de Amancio Prada, consigue sumar el talento artístico de músicos, poetas, artistas plásticos y, en este caso, también editores. «Aquel de buenos abrigo, / amado por virtuoso / de la gente», que tanto vale para el maestre don Rodrigo como para el propio Amancio Prada, traspasa así una vez más los siglos, y vuelve a poner en primer plano la memoria de sus hechos y hazañas. La muerte de don Rodrigo Manrique de Lara en noviembre de 1476, después de haber pasado media vida batallando contra don Álvaro de Luna y de haberse distinguido por su defensa de los intereses de Isabel I de Castilla frente a las aspiraciones de su rival Juana la Beltraneja, sirvió para que su hijo Jorge compusiera, en cuarenta coplas escritas en octosílabos con versos de pie quebrado, una de las piezas más inspiradas de toda la literatura medieval, sumando a la herencia de los clásicos el estilo, las inquietudes y las referencias de una época marcada a partes iguales por la gloria y las miserias humanas. «En ventura Octaviano; / Julio César en vencer / y batallar; / en la virtud, Africano; / Aníbal en el saber / y trabajar», dice Jorge Manrique de su padre, recuperando los mejores nombres de la historia anterior a su tiempo, pero al mismo tiempo añade su meditación profunda sobre el escaso valor de la vida ante la rotunda imposición de la muerte: «No se engañe nadie, no, / pensando que ha de durar / lo que espera / más que duró lo que vio, / pues todo ha de pasar / por tal manera».

Contraste perenne entre el orgullo y la humildad que marcaron la vida de los grandes escritores y los grandes hacedores de la historia, y que sirven lo mismo en el siglo XV que en el XXI. Y al cabo, con las mismas palabras de Manrique, «¡Qué seso para discretos! / ¡Qué gracia para donosos! / ¡Qué razón!». Y qué privilegio seguir sumando arte de nuestros días a esa extraordinaria corriente artística que sigue atravesando las edades sin dejar de conmovernos.

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