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Carlos Aganzo

El Avisador

Pingüinos

Los he visto rugir, Paseo de Zorrilla arriba, con ese aire circense de fieras a medio domesticar. Ondeando sus banderas de España, de Francia, de Italia, de Estados Unidos, de Brasil… Con sus cascos tremolantes y sus máquinas en perfecto estado de revista, como un pequeño ejército anárquico pero bien avenido. Eran miles. Casi decenas de miles. Desde hace treinta años, Valladolid los ve pasar con la misma mirada entre incrédula, admirada y asombrada.

A los Pingüinos no les da miedo el frío. Prefieren, eso sí, la nieve a la lluvia, porque aunque buena parte de ellos peinan canas, a fuerza de rodar y rodar sobre el asfalto de las carreteras del mundo, todos tienen un corazón de niño que sabe emocionarse con la fuerza de las cosas esenciales. Que nadie se engañe: aquellos que tienen el aspecto más patibulario, los de los tatuajes góticos y las calaveras amenazadoras, son los que en medio de la nieve o de la noche muestran siempre su corazón más tierno; son los que se aferran con más fuerza a la vida, quizás siguiendo, sin saberlo, el lema inmortal de Jack Kerouac: «Enamórate de tu existencia».

Los hay jóvenes. Incluso muy jóvenes e imberbes. Pero la mayor parte de ellos, a falta de censo fidedigno, deben estar entre los cuarenta y tantos y los sesenta y pocos. En tiempos de bonanza, mientras otros se compraban pisos y bonos del Tesoro, ellos invertían en sus motos, soñando con bares de carretera y caminos por descubrir por todo el mundo. Algunos, me consta al admirar su impedimenta, debieron de hacer las tres cosas: compraron pisos, bonos del Tesoro y fueron cambiando de máquina según el signo de los tiempos.

– ¿Me preguntas si a nosotros no nos afecta la crisis? A los que les va a afectar la crisis es a ellos –dice Emilio, gallego, señalando al chaval que saluda al público desde el sidecar, justo delante de nosotros–. Ésta es la primera generación en muchos años en la que los hijos van a tener muchas menos oportunidades que los padres. Lo van a llevar crudo para poder vivir como nosotros… Fumar desde luego que no, ¡pero a estos no les van a dejar ni tomarse una cerveza!
Tal vez es cierto. Nuestro pingüino presume de haber corrido mundo, de haber salido del pueblo en el que sus padres trabajaban de sol a sol sin que nadie les arrendara la ganancia y de formar parte de la última generación que se ha hecho a sí misma fuera de casa, a fuerza de dar tumbos. Los que vienen detrás han tenido el apoyo y la comprensión de sus padres, prácticamente el pleno empleo, todos los lujos y caprichos a su alcance… hasta que el horizonte se puso oscuro, como las carreteras de Castilla y León en estos días de arranque del año.

Es verdad que hacen ruido. Que alguno de ellos, a falta de centímetros cúbicos en su montura, se ha quedado en el petardeo y ha renunciado a la mirada larga de los verdaderos pingüinos. Pero en tiempos de este sistema nuestro casi estalinista, donde el Estado controla nuestras finanzas a través de Hacienda, vigila nuestra salud a golpe de decreto, nos dice cómo tenemos que hablar y qué tenemos que pensar, e incluso dirige con mano de hierro nuestra moral de circunstancias a través del gran hermano televisivo, es reconfortante encontrar a unos cuantos ciudadanos, a miles de ellos, que siguen buscando con ahínco los basamentos de su libertad personal, aunque sepan que no la van a encontrar en ninguna carretera de España ni de Europa. Si no rodamos hacia ellos, jamás alcanzaremos nuestros sueños.

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