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Carlos Aganzo

El Avisador

Bergamín o la memoria del exilio español

Los críticos se han empecinado, una y otra vez, en desasir la figura de José Bergamín del núcleo esencial de la Generación del 27, quizás por su fidelidad al pensamiento unamuniano, quizás por la amistad sincera y sostenida que mantuvo, al contrario que otros miembros de su generación, con el maestro Juan Ramón Jiménez, o mejor, seguramente, por la singular trayectoria personal que trazó en los últimos años de su larga y azarosa vida. Pero lo cierto es que sin la figura de Bergamín tan difícil sería entender el exilio español tras la herida de la guerra civil como a la propia Generación del 27. No es una casualidad que Bergamín saliera de España llevando en sus maletas el manuscrito de ‘Poeta en Nueva York’, ni que estuviera bajo su dirección técnica la publicación de la obra más internacional de Lorca, prácticamente al mismo tiempo en inglés y en español, con el sello de la editorial Séneca, en junio de 1939.

Hijo de un ferviente marxista, que llegó a ser presidente del cantón de Málaga, y de una no menos ferviente católica, que inculcó en su hijo un sentido trascendente de la vida que no le abandonó nunca, José Bergamín levantó su propia obra personal como poeta y ensayista de larga mirada sin dejar nunca de lado la colaboración con los grandes escritores de su tiempo. De una parte con sus maestros del 98, como Machado o Unamuno, y de otra con sus estrictos contemporáneos, como los hombres del 27. Primero en Madrid, tanto con la revista ‘Cruz y Raya’ como con los libros de las Ediciones del Árbol; después en México, a través de la revista ‘España Peregrina’ y, sobre todo, de la editorial Séneca.

Bergamín, que había sido presidente de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y que organizó el II Congreso Internacional de Escritores en apoyo de la República, fue una pieza clave a la hora de conservar la unidad del exilio intelectual español en primer lugar desde París, a través de la Junta de Cultura Española, y después en México. El esfuerzo del madrileño por sostener, a través de colegios, residencias, actividades culturales y publicaciones, la actividad de la cultura española fiel a la república consiguió mantener vivo un proyecto que el franquismo nunca terminó de destruir, y que regresó con una fuerza extraordinaria muchos años después, de la mano de la Transición; esa misma Transición que ya encontró al propio Bergamín a trasmano, después de haber vivido su segundo exilio, casi tan doloroso como el primero, entre 1963 y 1970.

La edición de las ‘Poesías’ de Gil Vicente, por parte de la recién creada editorial Séneca, significó no solo la voluntad inequívoca del exilio de subrayar la unidad entre la gran tradición española y los autores contemporáneos, que tuvieron que abandonar su país perseguidos por los vencedores de la contienda, sino el principio de una aventura en la que algunos de los grandes nombres de la Generación del 27, como Emilio Prados, Lorca, Cernuda, Salinas o Alberti consiguieron una continuidad vital para continuar con su obra. ‘El Disparadero español’ del propio Bergamín, la ‘Memoria del Olvido’ de Prados, ‘La realidad y el deseo’ de Cernuda, ‘La arboleda perdida’ de Alberti o el tomo dedicado al siglo XX de la ‘Literatura española’ de Salinas son algunos de los títulos de esta editorial que ahora se pueden ver, juntos, en la exposición ‘España en el corazón’. Y sobre todas ellas, quizás, ese símbolo mayor de la España rota y recompuesta milagrosamente desde el exterior que fue ‘Poeta en Nueva York’. Nada de esto hubiera sido posible, desde el inicio de la misma guerra hasta el languidecimiento del exilio, casi enlazando con los cincuenta, sin el esfuerzo, la visión de conjunto y la dedicación de un intelectual como José Bergamín. Un autor que siempre nos tiene pendientes de colocarle en el lugar que verdaderamente le corresponde.

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