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Carlos Aganzo

El Avisador

Enrique Badosa o la tentación de la palabra

La palabra, como acción perentoria que surge «ante la necesidad de conocer y expresar la condición humana». La palabra como exigencia de «abarcarnos en nuestra realidad esencial y existencial». La palabra como «límite de nuestra magnitud espiritual», lo que le confiere no estrechez, sino grandeza… Éste es el territorio en el que se sitúa ‘La tentación de la palabra’, el último libro del poeta, ensayista y traductor Enrique Badosa (Barcelona, 1927), publicado con el número 7 de la colección Cátedra Jorge Guillén de la Fundación que lleva el nombre del autor de ‘Cántico’. «Límite intensificador de cualidades –nos dice Badosa–, límite que da unidad, que completa, vencedor del tiempo».

Escritos nuevos y viejos, extraídos de la prolífica obra del maestro catalán, que se juntan en un nuevo volumen para hablarnos de la palabra, pero sobre todo de sus tentaciones. La tentación de hablar. La tentación de leer. La de escribir… e incluso la tentación del silencio, el anhelo profundo de todo poeta que se precie, desarrollada con inmensa lucidez en el último capítulo del libro.

La tentación, también en su caso, de responder a las agresiones que sufre y ha sufrido la palabra a lo largo del tiempo. Agresiones consentidas, como la de la traducción / traición, que él con tanto éxito ha practicado a lo largo de su carrera literaria («¿A qué poeta –dice– no le interesa ser traicionado, siempre y cuando la traición esté bien hecha?»), pero también agresiones que molestan, irritan e incluso indignan a la hora de hablar de poesía, como esa permanente obsesión «posmoderna» de tener que musicalizar los poemas para difundirlos entre un público más amplio. Eso que Badosa llama la moda de los «cantapoetas» y que él mismo resume con la consabida frase de Gerardo Diego: «¿Para qué quiere usted poner música a mi poema? ¿Es que no la tiene ya?» (¡Qué discusiones no habremos tenido los dos sobre este asunto!) «En nuestros días –afirma– puede que más que nunca, la palabra es vejada tan a menudo…, al hablar, al escribir, al callar».

Es verdad que en este libro nada dice en prosa el poeta de Barcelona que no haya dicho ya anteriormente en poesía. De hecho, el propio título de esta nueva obra está tomado  de un verso de ‘Marco Aurelio, 14’, seguramente su obra más emblemática, de 1998: «En estos días acosados / de desamor y de tristeza, / de sinrazón y manos sucias, / que con voz hosca y letra oscura / nunca vivamos de mal modo / la tentación de la palabra».

También es verdad que Badosa vuelve aquí a incidir en algunos de sus temas favoritos, ya tratados en ensayos como ‘Primero hablemos de Júpiter’ o su saga, ‘Sigamos hablando de Júpiter’, ambos recogidos en esta obra. Pero estos textos anteriores, sumados a piezas de una gran profundidad crítica, como ‘La conciencia de la muerte en la poesía de Miguel Hernández’ o ‘Actualidad y universalidad de la Divina Comedia’; y a clarificadoras entrevistas, como las que ha mantenido a lo largo del tiempo con Sergio Vilar (1963), José Carlos Clemente (1972), Ana Nuño (2000) y Mateo Rello (2009),  le confieren a esta edición un calado y una profundidad extraordinarias.

En la fórmula no faltan, desde luego, su infatigable defensa del eneasílabo, ya trocaico ya dactílico, como un verso «muy rico en acentuaciones que pueden dar muy bella y diversa sonoridad al poema» ni sus polémicas sobre el sentido último de la poesía con Carlos Bousoño, defensor del poema  como comunicación en su ‘Teoría de la expresión poética’; o sus matizaciones de Jaime Gil de Biedma y Carlos Barral, en la orilla contraria. Badosa, para quien la poesía es, sobre todo, conocimiento, afirma sin ambages que «el símbolo-poema constituye la más lograda creación de la inquietud humana por conseguir un lenguaje universal y apto para el universal conocimiento poético» y añade: «En el acto de la creación, el poeta sólo tiene una vaga noticia, no concretada en precisiones verbales, del ‘asunto’ de su poema (…) El conocimiento poético que va más allá de esta vaga noticia sólo es posible ir hallándolo en el poema, a medida que el poema crece y se resuelve». La férrea convicción de que el poeta no escribe el poema, sino que el poema escribe al poeta. Y lo ilumina.
Decía el uruguayo Guido Castillo, al que Enrique Badosa cita también en este ensayo de ensayos, que «los verdaderos poetas son muy pocos, y esos pocos lo son de verdad muy pocas veces». He aquí uno de ellos. Uno que vive, además, en permanente tentación de la palabra.

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