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Carlos Aganzo

El Avisador

Alonso de Santos, tras el telón

La Villa del Libro de Urueña fue la sede el verano pasado de un congreso internacional sobre la figura de José Luis Alonso de Santos. A sus 72 años, en pleno momento de creatividad -no hace unas semanas que se puso en escena en Madrid una lectura dramatizada de su última obra de teatro, “La semana cultural”-, el dramaturgo vallisoletano lleva consigo el aura de haber sido el gran cronista treatral de la España de los ochenta, con obras como “Bajarse al moro” o “La estanquera de Vallecas”. Y de haber continuado después con una obra que no tiene parangón en nuestras letras. Sin apartarse un milímetro del camino de la crítica social, lo que le ha convertido en un clásico vivo, Alonso de Santos ha ido sumando además, con el paso de los años, una capacidad extraordinaria de penetración en el corazón del ser humano, de manera que buena parte de sus obras, como ocurrió en su momento con las de Calderón o las de Shakespeare, sobre el espejo de la sociedad de su tiempo han servido para construir todo un modelo de reflexión, de exploración, de canto de la condición humana. «De la pluma al ordenador, de la dictadura a la normalidad democrática, de las ansias por cambiar el mundo a la reflexión sobre las pasiones humanas, de la juventud a los años de pelo blanco en las sienes y en el alma», dicho con sus palabras.


En el año 2010, la ciudad de Ávila le concedió su más preciado galardón literario, el Premio de las Letras Teresa de Ávila, y unos años después, como es la costumbre, la colección Castillo Interior ha publicado un libro homenaje que recuerda este hecho. En este caso, además de su discurso de recepción del premio, el libro contiene dos pequeñas joyas, a cual más sabrosa. De una parte, la publicación de su obra número 30, “En el oscuro corazón del bosque”, inédita hasta la fecha; de otra, una pequeña pero extraordinaria biografía del dramaturgo, de la mano del profesor, escritor y director de la Fundación Jorge Guillén Antonio Piedra.
Dos gatos viejos, un gato azul, una cara de ángel y una cara triste son los protagonistas de “En el oscuro corazón del bosque”, una obra intensa, cargada de simbolismo y poesía, en la que la música de Mozart y las reflexiones de Marco Aurelio envuelven la peripecia de unos personajes que miran al hombre desde su condición de animales de compañía, para poner en evidencia algunas de las tremendas contradicciones de la vida de sus amos. Una obra «de esas que se escriben solas», como advierte su autor, y que de la misma manera los lectores leemos de un tirón, sintiendo al final con emoción el sabor profundo de todo cuanto se representa.
Como la otra cara de una misma moneda de capacidad de reflexión y pensamiento, también de capacidad poética, la segunda parte del libro se corresponde con la biografía “Una hora de intensidad (en torno a José Luis Alonso de Santos)”. Adornada con una buena colección de fotografías, desde la imagen del niño que apenas ha echado a andar en el portal de su casa en Valladolid hasta sus últimas instantáneas como autor laureado y reconocido mucho más allá de las fronteras de su país, la biografía se articula en seis partes, que recogen vida y obra del dramaturgo: “En el portal de mi casa”, “Del plateresco al barroco”, “Por qué me tuve que ir”, “La alegría de escribir”, “La necesidad de comunicar” y “El anillo del amor”. A lo largo de todas ellas, Antonio Piedra no sólo traza un retrato preciso y fiel del personaje, sino que elabora su propia teoría sobre la creación literaria a través de las circunstancias y las peripecias vitales acumuladas a lo largo de los años por él. Todo ello, además, regado permanentemente por las propias palabras de José Luis Alonso de Santos, que van y vienen una y otra vez del pasado al presente y del presente al futuro, conformando el retrato de una vida entera dedicada a las letras. «La sensación que ha perdurado en mí durante todos estos cuarenta años de escritor -dice el dramaturgo en el capítulo final-, se identifica con la vivida en Valladolid siendo un niño y un adolescente. (…) Puedo decir que he palpado la vida de los campesinos en directo en su lucha contra la tierra, contra la lluvia, y en su intento renovado por obtener cosechas, y en esa batalla sorda de dar un producto digno a los demás. (…) todo este proceso, con poesía incluida, se identifica con mi escritura: levantarse todos los días, ser un labrador de las palabras, y enamorarse de esa luz que acompaña a un labriego conforme». Sobre la piel de la niñez, la apertura al mundo desde la gran ciudad, desde Madrid, y después una imparable sucesión de sueños sin límite. «Siempre una fiesta, un placer. un sentido de la vida…» Quien lo conoce da fe de ello. Quien asistió a la representación de cualquiera de sus obras lo sabe.


marzo 2015
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