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Carlos Aganzo

El Avisador

La memoria del deseo

Casi siempre, en la infancia, la madre representa la locura. Nuestras madres siempre permanecen como las personas más locas y extrañas que jamás hemos conocido», dejó escrito Marguerite Duras. No es de extrañar que hablara así. Su infancia y adolescencia en Indochina, marcadas por la ausencia del padre -abandonó a la familia en la colonia para regresar a Francia con los hijos de un matrimonio anterior- y por el desapego de la madre -acosada por los problemas económicos- determinaron poderosamente su psicología e influyeron de manera decisiva en su carrera. Tan pronto dulce como violenta, romántica como iracunda, la novelista, guionista y directora de cine nunca se terminó de desprender del todo de las vivencias que marcaron los primeros años de su vida.
A los 70 años, Margueritte Donnadieu, que había cambiado su apellido por el de Duras, en homenaje al pueblo del que procedía su padre, regresó a los recuerdos de su despertar a las pasiones y escribió “El amante”, tal vez no la mejor, pero sí la novela que supondría su mayor éxito mundial. El Premio Goncourt, los tres millones de ejemplares vendidos y la traducción a cuarenta idiomas de la obra dan cuenta de la extraordinaria fuerza narrativa de una historia arrancada de las mismas raíces de la memoria. Una historia teñida de autobiografía en la que recordaba su propia aventura, con 15 años, al lado de su amante chino -Lee en la realidad-, con el que mantuvo una tórrida historia de amor durante año y medio.


Es cierto que desde que regresó de Indochina, en 1932, con 18 años, la vida de Marguerite estuvo llena de peripecias, desde su pertenencia a la Resistencia francesa, donde cayó en una emboscada de los nazis y consiguió escapar con el concurso nada menos que de François Mitterrand, hasta su turbulenta militancia en el Partido Comunista francés, del que fue expulsada en 1955. Pero ninguna de estas experiencias le terminaron marcando tanto como aquellos años de vida en Oriente. De hecho, su primer hito editorial, después de sus dos primeras novelas, tuvo lugar en 1950 con “Un dique contra el Pacífico”, escrita igualmente sobre evocaciones de la niñez. Las memorias de Asia de Marguerite Duras le darían también para escribir, dieciséis años más tarde, otro de sus títulos emblemáticos, “El vicecónsul”, ambientado esta vez entre la India e Indochina, y que con el tiempo se transformaría en obra de teatro y en filme, con el título de “India Song” (1973).
Mucho más célebre fue su guión para la película de Alain Resnais “Hiroshima, mon amour” (1958), una de las piezas claves de la “nouvelle vague” francesa: el fascinante diálogo de una pareja franco japonesa en el que la escritora hizo exhibición de toda su capacidad para seducir a través de la palabra, del silencio, del gesto y de la memoria; siempre en ese hilo indeleble que mantuvo con los días de su niñez y su primera juventud. Un asunto, el de la pasión amorosa en los límites de la sociedad, sobre el que aún volvería más adelante en “El amante de la China del Norte”, en 1991.
Amor y soledad, silencio y deseo, plenitud y alienación, en una mezcla muy personal que define lo más propio, lo más turbador, lo más vibrante de la literatura de Marguerite Duras. Memoria del deseo reelaborada, transformada, sublimada en el extraordinario oficio de la escritura. Crónica de la soledad compartida, al mejor estilo de Rainer Maria Rilke, desde los recuerdos de la adolescencia hasta las sensaciones más íntimas del presente: «La soledad -escribió Marguerite Duras- no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Porque decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir libros».
Escribir libros: ese trabajo al que la autora de “El amante” dedicó su vida entera, y sobre el que nunca fue capaz muy bien de explicar en qué consistía: «Escribir -dijo en cierta ocasión- es intentar adivinar lo que uno escribiría si escribiese».


marzo 2015
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