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Carlos Aganzo

El Avisador

Con los ojos del Sur, medio siglo de poesía

Yo soy la voz más viva, la más fuerte del Sur. Yo soy la voz». Así comienza el poema “Cinco epitafios para derrotados”, con el que se inaugura el poemario “Mester Andalusí”. La cantiga bien podría valer para el rey poeta Al Mutamid, o para Walid al-Saqundi, el cordobés del siglo XIII que con tanto énfasis defendió el genio de los hispanomusulmanes frente a los almohades. Pero lo mismo nos sirve para hablar de la obra, bellísima en su sonoridad y rotunda en sus acentos, de Ángel García López.

Su connivencia con la poesía castellana (no en vano es miembro de la Academia de San Juan de la Cruz de Fontiveros), incluso su evidente mirada universal, no desdibujan siquiera por un momento la permanente añoranza del Sur de sus raíces; un Sur mítico, sensorial y vivencial que marca profundamente la obra de uno de los poetas más sólidos del presente. En su poesía, al igual que en sus ojos, la tierra caliente y el océano frío se reflejan en brillos inequívocamente prendidos de la belleza de un paisaje personal.


En el trance de cumplir los ochenta, el de Rota reúne ahora en una antología, “El río de mis ojos”, medio siglo de poesía entre “Emilia es la canción”, el libro con el que se dio a conocer en 1963, y “Desde la orilla”, con el que consiguió el premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad en 2013. Entre medias, una carrera fecunda en la que el poeta ha visitado «casi todas las habitaciones de la métrica», como nos señala Ángel L. Prieto de Paula, construyendo, con visión de arquitecto de la palabra, un extraordinario «compendio de virtudes estilísticas utilizadas de forma magistral», según apunta Tomás Rodríguez Reyes, responsable de la edición y del prólogo.

Entre ambos extremos, poemas escogidos de los principales libros que han ido jalonando su trayectoria: “Tierra de nadie” (1968), “A flor de piel” (1970), “Volver a Uleila” (1971), “Elegía en Astaroth” (1973), “Retrato respirable en un desván” (1974), “Mester Andalusí” (1978), “Auto de fe” (1979), “Trasmundo” (1980), “Comentario de textos” (1981), “Los ojos en las ramas y otros sonetos del setenta y tantos” (1981), “Memoria amarga de mí” (1983), “De latrocinios y virginidades” (1984), “Medio siglo, cien años” (1988), “Perversificicaciones” (1990), “Territorios del puma” (1991), “Glosolalia” (1998), “Bestiario. Animalias” (2000), “Mitologías” (2000), “Son(i)etos a Pablo” (2003), “Apócrifos” (2004) y “Ópera bufa” (2004). Un largo quehacer por el que ha conseguido algunos de los premios más relevantes del elenco nacional, como el Ciudad de Melilla, el Ciudad de Salamanca o el Generación del 27. O el Premio Andalucía de la Crítica, en su edición de 2013.

Vista así, en su conjunto, la obra de Ángel García López nos ofrece una riqueza y una variedad de perfiles que no son muy comunes en el panorama actual. Una poesía muy de su tiempo y, a la vez, de todos los tiempos. Encuadrado en el Grupo Poético del Sesenta, García López ha huido, sin embargo, de toda catalogación generacional. En su producción poética, tan importantes son los sonetos y los poemas de amor como las búsquedas experimentales, la sátira social o la hondura existencial. Siempre, como ya se ha dicho, con el aroma, la presencia y la figura de ese Sur que nace en el mito de Astaroth, la Rota de los tartesios, donde «cada genealogía es un olivo», y que termina convirtiéndose en una Arcadia poética donde el hombre vive fuera del espacio y del tiempo convencionales.

El libro se cierra, además, con una estimulante propina: un puñado de versos inéditos reunidos bajo el título de “Mientras suena la lluvia sobre el ala de un pájaro”, que en realidad no son sino el anticipo del último poemario en el que trabaja el escritor: “Última Arcadia”.

«La edad aquí me trajo / y hoy me alojo en su casa. Mi asiento es su techumbre, su cimiento remoto», escribe Ángel García López en este último y definitivo regreso al mundo de sus percepciones poéticas más íntimas. No deja de ser paradójica, tan dolorosamente, la pérdida hace sólo unas semanas de Emilia, su esposa, su compañera de toda la vida, cerrando un ciclo vital y literario que se inicia, precisamente, con su nombre. Emilia es la canción que inaugura la poesía de este autor singular y Emilia es la evocación que abre de par en par las puertas de su sueño perpetuo de una Arcadia en el Sur. Ya lo había escrito medio siglo antes en aquel poemario inaugural: «Cuando acuda la muerte, yo habré muerto / de tan pensarte y de quererte tanto». Una vida que pasa por delante de los ojos del lector con la intensidad de la gran poesía española escrita en nuestro tiempo.

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