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Carlos Aganzo

El Avisador

Juan Cameron, en el siglo de las conflagraciones

La obra de Juan Cameron (Valparaíso, 1947) se puede leer, en cierto modo, co mo una crónica poética del Chile de los últimos cincuenta años. Fundador a principios de los setenta, al lado de Juan Luis Martínez y Raúl Zurita, de lo que los críticos dieron en llamar el neovanguardismo chileno, sus principios experimentales derivaron enseguida en una poesía rebelde, claramente definida frente a la dictadura, que después ha seguido manteniéndose fiel hasta la médula a un profundo inconformismo ético, estético y existencial. Primero desde su exilio argentino, tras el golpe de 1973, después desde sus diez años en Malmö (Suecia), de donde regresó a Chile convertido en un poeta consagrado, Cameron ha ido cuajando una de las trayectorias poéticas más ricas, más sólidas y más brillantes de su país y, por ende, de toda Iberoamérica.

Su último libro, escrito desde la memoria y el “temor a este siglo de conflagraciones”, tiene ahora sello español al editarse, de la mano de la Diputación de Salamanca, como ganador del II Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador. ‘Fragmentos de un cuaderno con vista al mar, publicado con un espléndido prólogo de la profesora de la Universidad de Salamanca Carmen Ruiz Barrionuevo, ofrece una magnífica ocasión para adentrarse en este rico mundo interior del poeta a través de tres pequeñas series independientes, unidas en un solo volumen, y con el colofón de la traducción del poema inicial, ‘Países’, a 15 lenguas diferentes, lo que dota al conjunto del libro de ese carácter de relato caleidoscópico de su tiempo que tiene toda la obra de Cameron.
Los caminos “del yo y del mundo”, como identifica perfectamente la profesora Ruiz Barrionuevo, “se interfieren” en este libro donde lo vivido, lo soñado, lo leído y hasta lo transformado por los mecanismos recreadores de la memoria se funden en una misma expresión poética, cargada de significados y de connotaciones. “¿Quién eres tú, quién eras?”, se pregunta el poeta, y la respuesta le llega lo mismo desde la vibración presente de los sentidos que desde el fondo de un recuerdo antiguo e idealizado; desde las crónicas de un mundo incendiado por el odio que desde la extraña ternura del propio corazón en llamas. También desde el acervo conformador de sus lecturas: Borges, Celan, Corcuera, José Emilio Pacheco, Lêdo Ivo o Juana Castro, a quien Cameron recuerda, “allá lejos, en la profunda España”, con sus zapatos rojos y un poema “tan alto y tan brillante / que iluminó la sala y los días siguientes…”. O desde esa búsqueda de las propias raíces al lado de Robert Burns, el poeta nacional escocés del siglo XVIII, por espacios de Edimburgo, Fort William, Lochness, Garelochhead o Upper Tyndrup.
Identidad fragmentaria como la misma realidad que nos rodea. Como la misma concepción del ser. Fragmentaria como la propia identidad de la memoria, que crea para el ser humano nuevos y fascinantes mundos poéticos antes de esfumarse, de perderse, de integrarse definitivamente en el vacío: “¡Ah cómo se despueblan las fotografías / y se hace invisible la memoria”, dice el poeta.
Pues en el fondo, sobre el pálpito lírico del poema, también sentimos, con la lectura de este libro, el peso y el poso de la reflexión profunda sobre el tiempo, sobre su sentido imperfecto, sobre su no linealidad. Tiempo que se “recoge”, que se “detiene”, que va desde la recreación de una edad en la que el poeta sentía a las muchachas “como frutos al alcance de tu mano” hasta el instante preciso del presente en el que “te es difícil escanciar una copa”; todo para concluir, como “en el tango ése de Heráclito”, que no queda otro remedio que tratar de capturar el día para capturarse a uno mismo. Uno: el resultado de su misterio y de su extraña conciencia, elaborada a partir de los fragmentos de la memoria: “Uno es aquella isla / y a veces navega entre arrecifes / o en aguas tan profundas que no halla / asidero o ahogo”.

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