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Carlos Aganzo

El Avisador

Juancho Armas Marcelo. Retrato moribundo de La Habana castrista

 A ver, “¿qué era Cuba antes de la Revolución? Nada, sólo un burdel paradisíaco para los yanquis y los gánsteres del mundo que venían aquí a divertirse (…) ¿Y qué es ahora Cuba? Un país donde todo el mundo es libre, donde todo el mundo sabe leer, donde todo el mundo sabe escribir, donde todo el mundo tiene trabajo, donde todo el mundo come, donde todo el mundo vive dignamente. Pobres, pero dignos. Pobres, coño, de verdad pobres, pero honrados y revolucionarios”. De este jaez, inasequible al desánimo, ajeno a la derrota, aferrado a los ideales caducos de un régimen que vive sus últimos estertores, son siempre las reflexiones, a lo largo de las 340 páginas que componen el libro, del ex coronel Walter Cepeda, ‘seguroso’ retirado de la policía estatal cubana, servidor fiel a las órdenes de Raúl Castro desde los viejos días de la Revolución…

Sobre el delirante monólogo interior de este personaje, desatado por el bulo (uno más) de la muerte del hombre que ha marcado el destino de Cuba durante más de medio siglo, construye Juancho Armas Marcelo su última novela, ‘Réquiem habanero por Fidel’. Un título que se suma, en su última convocatoria, a ‘Las cuatro esquinas’, de Manuel Longares; ‘La cabeza en llamas’, de Luis Mateo Díez, y ‘En la orilla’, de Rafael Chirbes, como Premio Francisco Umbral al Libro del Año. Una crónica sentimental, un retrato moribundo de esa Cuba que, precisamente en estos últimos meses, afronta el momento decisivo de su transición.

Cuando escribió, a finales de los noventa, ?Así en La Habana como en el cielo?, Armas Marcelo quiso colocar en el frontispicio del libro dos citas de idéntica resonancia. Una, la del gran Gastón Baquero, que dice refiriéndose a la capital cubana: “cuando mi piel te arde en la memoria, / cuando recuerdas, niegas, resucitas, pereces, / yo te amo, ciudad”. Y otra, escrita por el Nobel antillano Derek Walcott, que reza: “Amar un horizonte / es insularidad”. El mismo amor decepcionado y la misma conciencia de singularidad del carácter isleño laten en este nuevo libro, todavía más personal, más sonoro, más profético, más artístico que el anterior si cabe. De hecho, sobre la propia peripecia de la narración de los recuerdos, trufada por las incertidumbres del presente, podríamos decir que en esta obra es el lenguaje ?la sintaxis, el léxico, el propio sonido de la lengua española en la voz de los cubanos? uno de los grandes protagonistas de la novela. Tal vez la mayor cualidad literaria de este nuevo libro de Armas Marcelo es su capacidad para hacernos entender, precisamente a través del lenguaje, no sólo la idiosincrasia del pueblo cubano, la fuerza mítica que le confiere su permanente estado de contradicción, sino también el propio sentido de los hechos de la historia a través de los hombres que los protagonizaron.
“La Habana es muy habladora”, dice Armas Marcelo, “habla de lado, como si no hablara”. Y con esta jerga guasona, subversiva, metafórica… y profundamente musical, el novelista construye una obra llena de personajes extraordinarios, de situaciones sorprendentes, de reflejos de una sociedad abandonada de sí misma, corrompida y atrapada entre sus sueños y sus decepciones. La ficción y la realidad se cruzan y se entremezclan, se dan vida la una a la otra, y al final da lo mismo que aparezcan en la novela Fidel o Raúl Castro, el Ché Guevara o el poeta Heberto Padilla, o el propio Armas Marcelo convertido en un “isleño” que le confiesa a Manuel Vázquez Montalbán: “Manolo, yo me siento aquí en mi casa. No como en mi casa, ¿me oyes?, sino en mi casa. Y tú sabes que tengo tantos amigos dentro como fuera”. Lo importante es, en todo caso, que todos juntos, conforman un espléndido retablo de la Cuba situada en el límite del régimen castrista.
El amor del escritor hacia esta Cuba sólo es comparable al que sienten los propios cubanos por su patria. Un amor que no esconde, en absoluto, la crítica profunda. “A veces lo pensé -reflexiona Walter Cepeda-: habíamos sido demasiado flojos en los últimos años. ¿No habíamos metido en la cárcel a trescientos contrarrevolucionarios y subversivos, gente que se hacía pasar por periodistillas y que se aprovechaba de la tecnología para socavar la fuerza de la Revolución? (…) En los buenos tiempos de la Revolución cargábamos camiones enteros y nos los llevábamos por cientos y cientos a la UMAP”… Y frente al último nostálgico del castrismo, ejemplo vivo y palpitante de los disparates del régimen, toda la palpitante realidad que lo circunda, aguardando a veces con resignación, a veces, con rebeldía, a veces con auténtica esperanza, el espectáculo del derrumbamiento. Una verdadera crónica social y sentimental.

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