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Eduardo Roldán

ENFASEREM

El farmacéutico frustrado

¿Qué decir cuando ya está todo dicho? ¿Se puede decir todavía algo que haga vibrar la sorpresa o incluso el asombro cuando el tema en cuestión es Hitler, García Lorca, los Beatles? ¿Y Woody Allen? Se puede, siempre se puede. Así lo ha estimado y demostrado en parte el director y guionista Robert B. Weide con su último trabajo documental, titulado concisa y llanamente Woody Allen: a documentary. (Weide no es neófito en las lides de documentar la vida y carrera de cómicos singulares, aunque todo buen cómico sea singular; su otro documental, y por el que se dio a conocer, retrataba al mítico Lenny Bruce.) Su biografía sobre el cómico-guionista-dramaturgo-director-actor-clarinetista de Brooklyn adopta la que podría demoninarse “fórmula-Rashomon”, esto es: dar la imagen del retratado de forma indirecta, a través de los testimonios que de él proporcionan sus colaboradores más cercanos, amigos y familiares. Fórmula conocida que sin embargo presenta dos peligros. El primero y más evidente, que los testimonios no tengan interés; en este peligro no incurre el filme de B. Weide: los testigos elegidos (entre los que se encuentra el propio Woody Allen, pero en una proporción equitativa, que no desmiente la fórmula) suelen decir cosas inteligentes pero no por ello pedantes, y parecen en todos los casos encantados de participar en el proyecto. El segundo, en el que sí incurre, es que la radiografía del protagonista se incline del lado de la hagiografía; si no como un santo, sí que pasa de puntillas por las zonas de sombra de la biocarrera del protagonista; le hubiera gustado a uno la presencia de testimonios a la contra, que nos mostrasen, o al menos nos sugiriesen, el perfil menos amable de Mr. Allen, si es que lo tiene, o las carencias de su trabajo, que estas sí sabemos existen —reconocidas por él mismo— y que en el documental apenas si se esbozan de pasada.

Fuera de esto, el otro pero que cabe ponérsele es la descompensación de metraje desde un plano cronológico: se dedica demasiado tiempo a los comienzos de la carrera de Allen y demasiado poco al periodo que cinematográficamente tiene más esplendor, el que va desde finales de los ochenta —desde Hannah y sus hermanas— hasta finales de los noventa —hasta Celebrity, que por cierto ni siquiera se cita—, periodo en el que WA encadena una serie de obras asombrosas —Delitos y faltas; Maridos y mujeres; Misterioso asesinato en Manhattan; Balas sobre Broadway, etc.—, tan maduras como frescas. Pero la propia cantidad y frecuencia de la serie hace que no se valore en justicia la calidad individual de cada título. Cualquier otro director que hubiera encadenado la mitad de los títulos apuntados en el doble de años, sería considerado como un hito difícilmente comparable; el hecho de que WA las hiciera todas seguidas y en apenas una década juega paradójicamente en su contra: cada título es considerado >: otro más sin más, cuando desde luego hay mucho más. El olvido es  muy fácil, y el olvido del público es más fácil todavía; esto también juega en contra de Allen. Sus últimos filmes, sin duda fallidos —y hay que decirlo—, hacen olvidar la estupenda ristra de la que vienen. Al menos Woody Allen, a documentary, si no ofrecernos grandes novedades nos ha servido para recordárnoslo, y para dejar patente un rasgo esencial que con frecuencia se obvia: la incansable y envidiable capacidad de trabajo de este pequeño gran hombre.

Al final del metraje confiesa WA que ha tenido mucha suerte en la vida (confesión que le honra: no conozco a otro triunfador público que lo haya reconocido), que ha podido realizar todos los propósitos que se ha planteado y que ya hemos nombrado en esta columna; su madre sin embargo dice al principio que lo que ella quería para Woody era que se convirtiera en farmacéutico. Pero el hijo le salió díscolo y se dedicó a otros menesteres; aunque bien mirado, quizá ni siquiera haya sido Woody Allen un farmacéutico frustrado, pues en el fondo no se ha dedicado a otra cosa que a extender recetas para el alma desde que comenzase a mandar sus primeros chistes para el periódico, recién entrado en la adolescencia. Por suerte no solo para él sino también para nosotros.

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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