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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Ojo al pato

Fernando Eimbcke irrumpió internacionalmente en 2004 dentro del Nuevo Cine Mejicano (o Nuevo/Nuevo Cine Mejicano) con un debut que poseía en alto grado dos rasgos especialmente bienvenidos en una ópera prima: era fresca y era barata. Temporada de patos estaba hecha con cuatro pesos a los que se les sacaba un partido insospechado, y gracias a una gavilla de premios merecida y a un boca-oreja creciente y sostenido, obtuvo unos réditos que permitieron a Eimbcke hacer el segundo film que quiso y en la manera que quiso, lo cual muchas veces es más difícil que debutar. En cuanto a la frescura, vuelta a ver hoy con la moderación que otorga la distancia ―¿la habrá embellecido la memoria?―, puede afirmarse que sigue tan fresca como entonces, más aun si la comparamos con el anquilosado e indistinguible cine-teleserie y cine-videoclip que copa las pantallas de estrenos (al hilo: Eimbcke viene del videoclip, pero tiene la sabiduría y honestidad suficientes como para no dejarse arrastrar por la corriente cuando la corriente, aunque camino más fácil, empobrecería su concepción).

Temporada de patos hace de la escasez una virtud y del amateurismo una celebración. Cuatro personajes, un apartamento, largos planos-secuencia y nulo movimiento de cámara. Con el manejo estricto de estos pocos pero muy bien definidos elementos, Eimbcke alcanza una expresividad cinematográfica, artística, infinitamente superior a la suma de las partes. En muchas ocasiones el minimalismo es el refugio de los que no tienen nada que decir o no saben cómo hacerlo. > es un principio que, como casi cualquier principio, admite también excepciones; menos es más en la trompeta de Miles Davis y en la poesía japonesa, pero menos puede ser menos también, como más puede ser más o menos, y no pretendo hacer un trabalenguas. Los elementos mencionados, a los que añadir una delicada fotografía en blanco y negro, de inmediato evocan a Ozu (salvo por los insospechados puntos de vista que en ocasiones adopta el encuadre), a un cine de cámara que en un principio puede parecer obsoleto pero que resulta, como se ha dicho al comienzo, tremendamente fresco. Y ello en gran medida porque se tiene una permanente sensación de descubrimiento mientras se está viendo el film, tanto desde el punto de vista del director como del de los intérpretes (los dos protagonistas de catorce años no habían actuado nunca antes), lo que no quiere decir que se haya abandonado a la improvisación: la planificación está cuidadísima, no hay ningún fleco suelto ni un pegote (uno de los riesgos del minimalismo es que los pegotes cantan más): planificación propia del cine mudo —frontal, estática— a la que la fotografía en blanco y negro se ajusta a la perfección y potencia dramáticamente (no es pues la elección por el blanco y negro un mero capricho estético).

Si fotográficamente resulta irreprochable, es desde el punto de vista del oído, valga la paradoja, desde el que se le puede poner la única pega en verdad a Temporada de patos. Los diálogos están capturados con un sonido un tanto turbio, y en ocasiones cuesta entenderlos —algo a lo que la desganada dicción adolescente, que por otro lado tiene pleno sentido en los personajes, no ayuda precisamente.

El domingo por la tarde se aísla del curso general del resto de la semana, es una cápsula de tiempo, un paréntesis de resaca entre lo querido y terminado —el fin de semana— y lo temido y por venir —el lunes—. Es en este tiempo fuera del tiempo donde se ubica el film, en este espacio que nunca sabe uno bien cómo ocuparlo y que, cuando queremos darnos cuenta, ya ha concluido y no se puede ocupar. La comentada propuesta formal de cámara muda e interiores estáticos subraya este aspecto, y con él el aislamiento de los personajes. Los cuatro personajes están aislados de la ciudad (por hallarse en el apartamento), de sus familias (por distintos motivos) e incluso de sus sueños. Pero a veces, sin que lo esperemos, surge la chispa, incluso un domingo por la tarde. Y entonces es posible el despertar.

 

 

 

 

 

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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