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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Sombras de un mito

Ya cuando la Fundación Príncipe de Asturias distingue con el Premio de Comunicación y Humanidades a Ryszard Kapuscinski, se cuida de incluir en la motivación del premio una coda final que hace referencia a >. Corría el año 2003 y ya por entonces el nombre del mítico reportero (y poeta, y fotógrafo póstumamente público) comenzaba a ser objeto de rumores venenosos. Que si fue tenaz colaborador del Servicio Secreto de la Policía Polaca durante la Guerra Fría, sin cuya ala protectora no hubiera podido llegar hasta donde llegó ni tratar con quien trató, y gracias a la cual la competencia con otros periodistas fue simplemente borrada ―con esa eficacia higiénica y brutal que tenían los Servicios Secretos del otro lado del Telón de Acero para borrar competencias―. Que si muchos de los datos que hizo pasar como ciertos no fueron sino fantasías disfrazadas de reportaje. Que si él no respetaba los principios deontológicos que exigía a sus compañeros de profesión. Que si estaba enfermo de egotismo y el objetivo primero que lo movía, como demuestran notorios sucesos biográficos que él se atribuyó y la historia ha demostrado no pudieron ocurrir, no era denunciar una situación injusta sino apilar otro ladrillo en el edificio de su leyenda. Tres años después de la muerte de Kapuscinski, esta nebulosa de rumores, puntillosamente contrastados y dolorosamente ampliados, quedó por fin plasmada en negro sobre blanco con la biografía publicada por Artur Domoslawski, uno de los pocos periodistas que conocía de tú a Kapuscinski. Domoslawski ―que recalca en el título de su libro que lo que tiene en manos el lector es un texto de no ficción, no muy sutil puñal con el que distanciarse de y denunciar el modus operandi del reportero biografiado― afirmaba que la colaboración de Kapuscinski con el Servicio Secreto en ningún caso fue nominal ―argumento frecuente de los defensores del mito― sino de activa delación o silencio, según conviniera al régimen.

Basta un rápido repaso a la historia del arte y de la ciencia para constatar que Ryszard Kapuscinski no es ―o no sería― el primer autor cuya biografía desmerece su obra. Si su caso presenta verdadero interés se debe a que, por la materia de la obra y por cómo predicó debía tratarse esa materia, y por la manera en que vida y obra están indisolublemente unidas, nos produce un vértigo moral que no se da en, digamos, un Picasso misógino o un Bobby Fischer racista. Un lector que se acercase virgen a los reportajes de RK ―digamos a Argelia se cubre el rostro, a La guerra del fúbol o a El emperador― casi seguro los calificaría de obras maestras. Pero ese lector, consciente de los recursos literarios empleados por el reportero, no dudaría en ningún momento de que, como exige Tom Wolfe, los hechos que está leyendo efectivamente acontecieron. Si la invención no afecta solo a la técnica narrativa sino a la materia narrada, desde ese momento el reportaje queda invalidado. Es más: el resultado del reportaje como pieza de escritura no influye para nada en la valoración; que esté mejor o peor escrito, que se lea con mayor o menor deleite no afecta al hecho central de que existe un vicio de raíz que pudre todo el árbol, por muy deslumbrante que este resulte. Que el acto mismo de narrar influya en el resultado de lo narrado ―no existen los reportajes >; todos vienen filtrados por la selección de palabras y hechos del autor, y es ahí donde radica la belleza y la magia del oficio― no puede nunca suponer una justificación a la mentira. Truman Capote quiso elevar el reportaje a la categoría de arte, colocarlo al mismo nivel que la novela o el cuento, y lo logró, pero lo logró sin falsear la historia; si El duque en sus dominios irritó tanto a Marlon Brando no fue por la destreza con que estaba narrado sino porque todo lo que Capote puso en su boca efectivamente había salido de ella.

En cualquier caso, fuera o no respetado por él, el mensaje deontológico que Kapuscinski sintetizó en Los cinco sentidos del periodista y en Los cínicos no sirven para este oficio, y en el que la Fundación Príncipe de Asturias basó su fallo, tiene hoy la misma validez que entonces, y la tendrá siempre. De otra forma el reporterismo se convierte en turbio amarillismo, y el lector en cándido estafado.

(La sombra del ciprés, 18/5/2013)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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