Éxodo palestino en el norte de la Franja. Más de 10.000 que huyen de sus hogares ante el anuncio del inminente ataque. Porque de una huida se trata, no de un abandono. Un mecánico se niega a largarse: >
Primer muerto (un civil) de Israel. 192 a 1. Interrogado —digamos sencillamente preguntado, pues nadie osaría jamás interrogarlo— por las muertes en los campos de concentración siberianos, Stalin repuso tranquilamente: > Es otra de las diferencias del conflicto en Gaza: Israel siente cada uno de sus muertos, cada una de sus pérdidas, como tragedias, afrentas en la raíz más profunda de su ser. Por contra, para Hamás sus muertos son >, gajes inevitables en la consecución de un objetivo superior, que las justifica —que las redime— sobradamente. No por nada muchas de estas víctimas se llaman >. Son reemplazables igual que escudos, si hoy nos matan diez, mañana pondremos otros tantos. Mientras Palestina, acosada en el doloroso, impotente medio entre Israel y Hamás, solicita la intervención de los cascos azules. ¿Hay alguien ahí?
Más tarde: Israel ordena a 100.000 palestinos de Gaza que evacúen sus hogares. Puede parecer una medida cruel, ¿pero no lo es más el fuego de Hamás, que sabe merecerá fuego de vuelta, y que este caerá en parte sobre los civiles de Gaza, estos que Israel concede un plazo? Claro que Israel tampoco proporciona precisamente los medios para la evacuación. La nueva cifra de palestinos muertos ya excede los 200. Son cifras que según se conocen quedan obsoletas.
Segundo intento de tregua que Hamás no respeta. Israel ya pisa tierra.
En el último libro de Amos Oz se recoge el siguiente chiste: un periodista concierta una entrevista con un famoso rabino en Jerusalén y el rabino llega tarde a la cita. El periodista le pregunta cuál ha sido el motivo. > >, pregunta el periodista. > ¿Cuándo dejará el chiste de ser dolorosa actualidad?