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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Apunte(s) cine: biopics o algo así

Erik Nietzsche. Tómese Amélie, retuérzase por el cuello un par de vueltas y disfrútese sin prejuicios autorales. No sé si se trata de la biografía falseada de Lars Von Trier, un ejercicio fingido de psicoanálisis. Y no ha de importar. Importa el relato, la imagen en pantalla. La recepción de la obra —y el crítico es antes que nada receptor, lector u oyente o espectador— ha de ceñirse a la obra, a la materia, que incluye por supuesto el espíritu que de ella deriva, variable según el receptor, de la obra misma. Erik Nietzsche no es perfecta —el inserto escatológico se lo podrían haber metido por donde muestran—, y al final el tono cansa un poco; pero no llega a perder la gracia.

Lincoln. Es el Malcolm de los blancos, el héroe histórico, en nada histérico, que se agiganta con cada día que transcurre. Desde el punto de vista dramático, resulta sin duda un acierto concentrar el relato en un periodo acotado y no demasiado extenso de la vida del protagonista, en un hecho cuya exploración permita inferir ecos pasados y claroscuros de su intimidad; de este modo la fuerza emotiva de lo narrado se dispara. Compárese con el enfoque casi unánime que adopta el género de la biopic —Malcolm X, sin ir más lejos—, la sucesión de estampas de los hechos más célebres de la vida del personaje, al que vemos en muchas tesituras supuestamente decisivas pero cuya acumulación nada o muy poco nos dicen al final de él, de ese centro humano que es también el nuestro. (Permanece en cualquier caso cierto tufillo spielbergiano. Según va viendo la cinta, podría el espectador señalar qué elemento del guion pertenece a Tony Kushner y cuál ha sido introducido a posteriori por el director de Salvar al soldado Ryan sin, sospecho, casi fallos.)

Dallas buyers club no es otra cosa que el esperado telefilme —es decir, el film lastrado por las convenciones televisivas— al que elevan dos interpretaciones memorables. Si es la de Matthew McConaughey la que a la postre quedará será solo porque las brutales transformaciones físicas resultan más inmediatamente asumibles e incluso se consideran hoy un mérito en sí mismas y no un medio interpretativo. De la de Leto se recordará también su transformismo, la vertiente más epidérmica, no el manejo de los ritmos orales/gestuales, no el mimo por el detalle humano. Interpretación genial que quedará como capricho pintoresco.

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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