Este periódico celebra hoy su ciento sesenta cumpleaños y la cifra, en un mundo de usar y tirar como el que vivimos, donde las empresas, las titulaciones, los proyectos tienen una vida cada vez más efímera —bien por vocación, bien por resignación—, suena un tanto inverosímil. Escribía recientemente Muñoz Molina que todo centenario tiene algo de póstumo y marmóreo, de cosa fija; no en el caso de un periódico, que ha de renacer cada día como un Fénix de las noticias, si bien es cierto que muy pocos han llegado a cumplir el siglo, y de ahí quizá la omisión de la excepción.
En tantos años El Norte de Castilla ha pasado inevitablemente por varias edades y hecho frente a no pocos obstáculos, desde el orondo obstáculo censor de don Manuel Fraga al palpitante de la crisis económica, o, como casi seguro sea inevitable en empresa tan longeva, también a los obstáculos derivados de las oposiciones internas. Y así ha ido quebrando, regateando, tropezando y levantándose, sin perder en el camino una credibilidad que es sin duda la marca de la casa, producto de una independencia tan modesta como firme y plural —digo modesta porque la independencia autocacareada no suele ser otra cosa que patente de corso para el amarillismo—. En el momento en que un periódico se alía de algún modo con el poder, está sellando su defunción, y esto el lector lo nota: el periodismo no es cuarto poder sino contrapoder. El quizá otro rasgo de identidad de El Norte… sea el cuidado por la cultura y el lenguaje —pocos periódicos han tenido tal nómina de escritores en el puesto de dirección—. La era digital ha causado estragos lingüísticos en todos los medios, que parecen no darse cuenta de que la manera de presentar una noticia influye en el contenido de la misma. Uno espera que El Norte… mantenga el cuidado aun cuando el tiempo lo obligue a renunciar al papel definitivamente, como espera que cumpla otros tantos años como los que hoy celebra. Por muy inverosímil que suene.
(El Norte de Castilla, 25/9/2014)