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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Freud atemporal

El 2010 supuso el tránsito al dominio público de las obras del hombre que más influencia ha ejercido en la cultura —en las artes desde luego, pero no solo— del siglo XX. Un hombre cuya copiosísima producción, traducida a medio centenar de lenguas, está indisolublemente unida a las peripecias de su biografía, que la forjaron como en muy pocos autores, y menos aun autores de ciencia —aunque estre estos el hombre era considerado <>—. Es por ello que la inmensa mayoría de los relatos de la vida de Sigmund Freud optan por fusionar la peripecia vital del doctor con sus hallazgos en el campo del psicoanálisis, intercalando estos y el comentario de la obra que en ese momento publicase con aquella. Es también el enfoque adoptado por la psicoanalista, historiadora y escritora francesa Élisabeth Roudinesco en la, hasta la fecha, última biografía de Freud, lo cual no ha de inducir al lector a considerarla otra más, olvidable, que añadir a la masa existente, pese a que la previsible inflación de la masa que el dominio público de los títulos freudianos traerá contribuya a ello. Pues muy pocas, si es que alguna, son capaces de hacer la fusión con un equilibrio semejante de erudición, amenidad y don de síntesis.

La apabullante labor documental que Roudinesco ha llevado a cabo no se siente lastre en ningún momento, ni las conexiones establecidas con otros campos de la cultura o la historia alardes gratuitos; la documentación es la base, pero esta funciona orgánicamente, como un elemento de apoyo, motor, y no como un fin en sí mismo —pecado frecuentísimo en el género biográfico, que suele confundir erudición con acumulación—. La autora, gracias a un estilo limpio de barroquismos, directo, que recuerda al del escritor israelí Amos Oz, consigue que Freud en su tiempo y en el nuestro se lea como una suerte de <>, según la acuñación que el propio Freud hizo en alguna ocasión de su doctrina. La única pega que se le puede reprochar a Roudinesco —y que comparte con Oz— es la de reincidir en una muletilla, <>, que además de rutinaria en lo estilístico (como toda muletilla) es dudosa en lo semántico, pues de muy pocas opiniones, por muy avaladas que vengan, se puede predicar que tienen <> la razón (aparte, habría antes que definir lo que abarca esa razón). No obstante, esta muletilla apunta por paradoja a una de las mayores virtudes de Roudinesco como pensadora, virtud aun más notable en un campo del saber tan proclive al sectarismo como el psicoanálisis: su apertura de mente, su disposición a recibir la posturas ajenas y a estudiar los hechos sin los anteojos de los prejuicios, actitud que solo podemos calificar de ética y que, aun supuesta en cualquier ensayista, no es frecuente ni mucho menos. Roudinesco es sin duda una freudiana, pero de la rarísima especie de las no fundamentalistas (claro que todavía es más raro el antifreudiano no fundamentalista), no solo abierta a otras voces sino crítica con ciertos aspectos del corpus doctrinal; alguien dijo que no criticar a Brecht era traicionarlo, y lo mismo es aplicable a Freud, pues la crítica honesta del maestro (el intento de muerte del padre, si se quiere) demuestra admiración y respeto: nadie se tomaría la molestia de llevar a cabo la misma si la materia o el enfoque le resultasen indiferentes.

La edición, con un utilísimo sistema de notas finales —en el margen superior de cada página se indica el intervalo de las páginas originales del texto a las que la página de las notas se refiere—, no desmerece un ápice un trabajo que desde ya merece pasar al canon de los estudios freudianos, y que supone una puerta ideal para todos los interesados en aventurarse en la fascinante e inagotable obra del padre del psicoanálisis.

(La sombra del ciprés, 27/2/2016)

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