Quizá solo en nombre de Jesucristo se hayan cometido más tropelías que en nombre de Marx. Las palabras de ambos han sido retorcidas, troceadas, descontextualizadas, en suma tomadas en vano con el solo propósito de contar con un cimiento fuerte y noble en el que amparar unos fines que, de haberlos previsto uno y otro, se habrían cortado lengua y manos para asegurarse su no emisión. Sin embargo la figura de Jesucristo se haya hoy redimida infinitamente más, y Marx, ayudado también por la ignorancia actual de su obra, se sigue viendo como la encarnación del mal. ¿Por qué aceptar entonces el mastodóntico Marx que el Gobierno chino ha enviado a Tréveris?

Es un regalo de cumpleaños en beneficio propio; con él, los chinos se hacen propaganda. Que el suyo no sea ni haya sido nunca un sistema marxista (sobre todo rural, no urbano; de dictadura perpetua y no transitoria, etc.), no quita para aprovechar la coyuntura. En Tréveris saben esto, pero ¿qué podrían haber hecho? De no aceptarlo, les habrían reprochado falta de perspectiva intelectual e histórica, e ignorancia de praxis política (China ha superado a EEUU como la nación con la que Alemania mantiene mayor intercambio comercial); aceptándolo, los han tachado de retrógados y de postrarse a los olorosos pies del gigante asiático (entre otros, por el mismo motivo económico, como si China fuera a dejar de comerciar con la mayor potencia europea por el <<gracias, lo sentimos, pero…>> de una ciudad-museo de 100.000 habitantes).

Uno quiere ver la aceptación, aparte de como una muestra de diplomacia, como ejemplo de equilibrio, una decisión política tomada con la razón y no con la previsión de votos como fundamento; una decisión que invita a leer la obra del retratado con ojos críticos, a aceptar el pasado de la ciudad sin triunfalismos pero sin flagelos.

Claro que de mastodónticas estatuas la historia de la iconografía comunista está llena, y el final de (casi) todas ha sido la demolición.

(El Norte de Castilla, 10/5/2018)

@enfaserem