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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

El Jarama

Realismos contra la realidad. O literatura contra cine. Los que debían ser amigos, o al menos cómplices, o en última instancia colaboradores, cine y literatura, se arrojan a veces los trastos por falta de encaje. El cine siempre va tras la literatura. Las imágenes nacen de una historia, de una anécdota, de un guion (en los títulos de crédito siguen poniendo guión, albricias). O de una novela. Y esta casi siempre es profusa, enorme, inabarcable. Ay de aquella película que se empeña en seguir las páginas del libro. Queda condenada. Y cuántas veces se intenta adaptar una gran novela, una obra de éxito que el público ya conoce. La decepción está casi asegurada. Una de las mejores películas del cine español, y del cine no español, es ‘El Sur’, de Víctor Erice. ¿Qué recuerdo hay del relato de Adelaida García Morales, su mujer de entonces, en que se basó el film? El brillo de la literatura de partida parece inversamente proporcional al buen resultado cinematográfico.

 En el ciclo de la Seminci de título enrevesado poco destacable hay. Por cierto que el cartel corresponde, si no me equivoco, a una película no programada, ‘La muchacha de las bragas de oro’. Hoy, para cerrar el festival, me he dejado llevar por la curiosidad de ‘El Jarama’. Es una práctica de fin de carrera de la Escuela Oficial de Cinematografía, tan famosa en tiempos del franquismo, dirigida en 1965 por Julián Marcos, del que luego quedó poca noticia. ‘El Jarama’, nada menos, ese arabesco de diálogos, de situaciones transparentes. Y en algo más de media hora. La fidelidad solo es posible en la anécdota mínima de la ahogada, y en la voz en off que cuenta la geografía del río, una descripción magistral que Ferlosio robó en un texto académico, y que luego tuvo que nombrar en el prólogo para repartir bien los méritos. La voz, las palabras, quedan muy por encima de las imágenes sin relevancia del río, queriendo mostrar lo que se oye:

“…se interna en la provincia de Madrid, pocos kilómetros arriba del Espartal, ya en la faja de arenas diluviales del tiempo cuaternario, y sus aguas divagan por un cauce indeciso, sin dejar provecho a la agricultura…”

Sí que hay un mérito objetivo en la película, que ha ido labrándose como fruto inevitable del tiempo: la capacidad testimonial de sus imágenes. Los vestidos, los cardados con que las chicas rematan su figura, la ropa disciplinada de los chicos; las carreteras, el paso a nivel, los coches y las vespas; la chopera al lado del río, el merendero, las botellas de gaseosa; el baño; hasta un porrón comienza a ser un objeto perdido y hallado en la pantalla. En cuarenta años el aspecto exterior del país es otro, y no sé lo que pueden reconocer o asumir las nuevas generaciones. Y ese caudal ya cae del lado de las imágenes, no de las palabras que las germinaron. Cada bando lleva dentro su tesoro, sin mapa que guíe para encontrarlo.

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