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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Jazmines tunecinos

 

Al poco tiempo del estallido revolucionario en Túnez, China decidió suspender la importación de jazmines procedentes de ese país. La razón no tuvo nada que ver con los precios del mercado. China quiso sencillamente eliminar de los escaparates una flor que traía a la cabeza el nombre de Túnez, como los tulipanes el de Holanda. Túnez, un nombre peligroso, subversivo en estos meses de 2011, cuya sola evocación podía alimentar hogueras como las que ya devoraron los regímenes de Egipto y Libia, o siguen chamuscando los de Siria, Yemen, y tantos otros países.

La anécdota la cuenta Sami Naïr en su reciente libro ‘La lección tunecina’, escrito al compás de los vertiginosos cambios. El escritor se encontraba allí casualmente en aquel 17 de diciembre de 2010, -qué lejano parece ya-, y sus páginas arrancan con su descripción minuciosa. Pero su objetivo no es la crónica periodística, sino más bien la investigación en las raíces del problema, y también la ponderación de los futuros que se abren. Así que una buena parte de la obra explora el Estado que surgió de la independencia, en el que la preocupación por la educación y el fomento del laicismo republicano trataban de convivir positivamente con la tradición islámica y magrebí. El golpe de estado de Ben Ali fue alterando ese punto de arranque, sobre todo por el desbordamiento de un mal hasta entonces contenido: la corrupción. Con ella llegó la injusticia y el empobrecimiento, unido al miedo necesario para mantener a la población sometida, sin olvidar el ciego respaldo de los poderes mundiales, atentos casi exclusivamente a que la estabilidad del país no estorbase en sus planes de explotación ni en sus equilibrios geopolíticos.

Un juego de tensiones que mientras se contuvo permitió ala Familia(sí, con mayúsculas de clan mafioso) de Ben Ali y su esposa Leila Trabelsi aumentar su patrimonio con avaricia delirante, en connivencia con sectores de la alta burguesía que también se beneficiaban del saqueo. Pero debajo quedaba una enorme masa de gente mayoritariamente joven, con la tasa de analfabetismo más baja de la región, abierta a las redes digitales; unos ciudadanos que tenían que aguantar la reelección presidencial de Ben Ali en 2004 y 2009 con tasas de aceptación sólo unas décimas por debajo del 100%. Demasiada rabia, demasiada humillación, que un analista trasladó a Sami Naïr en los primeros días de agitación: “Lo que resulta nuevo es el tema de la dignidad. Si esa reivindicación se generaliza, no veo cómo podrá arreglárselas el poder”.

En la última parte del libro Sami Naïr otea las posibilidades que se abren en un país que carece de cualquier tradición democrática, y en el que todo está por hacer, sin apenas cimientos. Si antes la mirada del escritor se teñía de emoción y orgullo por la valentía con que las gentes llenaron las calles hasta que el tirano se fue –“¡Lárgate, Ben Ali!”-, cuando enfoca el futuro una sombra de pesimismo se cuela entre sus palabras. Naïr es especialmente precavido ante la inevitable presencia de los islamistas. El libro, escrito antes de las elecciones de octubre, tiene la premonición de examinar declaraciones de los líderes de Ennahda, que luego fue el partido vencedor. Baste este fragmento nada anecdótico de su secretario general Hamadi Jebali: “En todas las sociedades existirán ladrones y fornicadores”.

Como dice Sami Naïr para cerrar el libro, tan oportuno como bien construido, sólo se ha ganado el primer acto, pero de esa victoria hay que extraer esperanzas y energías de cara al porvenir tunecino, el país de los jazmines.

                                          ( La Sombra del Ciprés, 3 de diciembre de 2011)

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