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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

La importancia de los matices

Seminci – Punto de Encuentro. Domingo 19 de octubre

Si se deja en el hueso narrativo la historia de cualquier película solo queda una trama de la vida insignificante de unos seres atribulados o felices, despistados o sabios, olvidables. Es el edificio de los detalles, el soporte de la gramática, el privilegio del enfoque, el ritmo de las secuencias, lo que paso a paso va separando y clasificando los resultados finales hasta engrandecerlos y sacarlos de su particularidad, o sumergirlos en la mediocridad de la que no supieron salir.

Las dos películas que abren Punto de Encuentro valen como ejemplo bifronte de este esbozo teórico. Las dos se ciñen a sus personajes y conflictos, ensimismadas y puede que reiterativas, pero con resultados bien distintos. La israelí ‘At li layla’ (A tu lado) se mete en la historia de una joven que vive con su hermana deficiente mental, olvidadas por su madre, que en la única escena que aparece recibe un merecido golpe en las narices. Las hermanas entrelazan sus cuerpos y su existencia, hasta que una de ellas conoce en el trabajo a un profesor al que seduce con urgencia rompiendo el círculo. Hay que construir de nuevo la relación, ahora es un trío que debe reconquistar la casa, la cama, la privacidad. A pesar de la generosidad que suministra el afecto y el amor, pronto empiezan los celos y los recelos que el director Asaf Korman, utilizando su mejor virtud, sugiere, muestra, nunca enuncia ni machaca con explicaciones. Basta una cámara atenta y cuidadosa en el encuadre para guiarnos hacia el desenlace en el que la ausencia de palabras se ve suplido por gestos y lágrimas de arrepentimiento. Los intérpretes se ajustan con eficacia a sus personajes, con mención especial a la que encarna a la deficiente, siempre distinta a los demás, rompiendo la composición, poniendo trabas a la cámara. Obra notable, de realización sensible y transparente, sin música abusona, tal vez demasiado ceñida a su historia, a la poquedad de sus seres. Es su techo y también su riqueza. Sabe cómo y cuándo acabar, con un plano que no es desenlace, que no es solución ni derrota, sino la continuación inevitable de la vida.

La australiana ‘Galore’, dirigida por Thys Graham, recoge el final del verano de unos jóvenes que parecen tener a su disposición la naturaleza entera, siempre vacía y presta a baños en ríos inmaculados servidos en atardeceres de postal, echando si es preciso el resto con incendios que cargan el cielo de humo. Sobre los amores e infidelidades del trío protagonista, que pronto será un cuarteto, se suceden las fiestas juveniles, los escarceos sexuales, los diálogos de campanillas, las risas y las lágrimas de un tiempo sin estudios ni obligaciones salvo las ocasionales labores de una pizzería. Todo muy californiano, aunque suceda en Canberra .El problema es que para levantar el vuelo sobre tanta levedad se recurre a la equivocada estrategia de los largos silencios, los rostros crispados sin alterar el maquillaje, la música de tapiz de fondo continuo,  y todo visto a través de una cámara encimista que quiere acercar las almas de la tragedia y solo consigue aburrir al lucero del alba. Muchos envidiamos a la decidida espectadora de las primeras filas que abandonó la proyección a falta de media hora, aunque es de justicia anotar que al final se oyeron algunos aplausos entre los pateos y silbidos.

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