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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

La libertad de las reglas

La ya desaparecida librería Lara, allá por el corazón de Fuente Dorada, proyectaba su enorme espacio interior en unos escaparates donde exhibía fondo editorial propio mezclado con novedades. El comienzo del curso escolar imponía la atención a libros universitarios, y en una de aquellas se pobló el escaparate de tomos con ejercicios: problemas de álgebra, de cálculo infinitesimal, cuestiones de física, análisis lingüísticos y… ‘Ejercicios de estilo’. Allí, disimulado entre manuales, estaba el libro irreverente de Raymond Queneau, al que unas manos despistadas (¿o no?) habían seleccionado por su título escueto. El escaparate habría encantado a Queneau, o a cualquier miembro de Oulipo, no solo por esa convivencia heteróclita de manuales, sino también por el reconocimiento implícito de una hebra canónica que nunca se alejó de las intenciones del grupo.

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‘Ejercicios de estilo’ alberga 99 formas posibles de contar un hecho sin importancia: una discusión en un autobús, y la reaparición de uno de los protagonistas horas después en una plaza parisina. Dar a ese trance completamente olvidable 99 variantes es un considerable ejercicio cuyo único músculo es el estilo, salpimentado con humor e inventiva. Queneau dice que le asaltó esa idea a la salida de un concierto en el que se interpretaba ‘El arte de la fuga’, de Juan Sebastián Bach, “considerando la obra de Bach no desde el ángulo del contrapunto y fuga, sino como construcción de una obra por medio de variaciones que proliferaran hasta el infinito en torno a un tema bastante nimio”. Es difícil ver a Bach tras las piruetas de Queneau. Si acaso, un Bach desarmado por el jazz. Los pentagramas originales del músico teutón recorren estructuras previas en una ordenación que apunta a la combinatoria matemática, lo que nos lleva a la otra raíz del Oulipo entrecruzada con la literaria.

Anda por YouTube una grabación de Queneau impartiendo una charla sobre aritmética. Nada que ver con su empleo de secretario de la editorial Gallimard, ni con sus actividades literarias, cinematográficas o teatrales. Esa personalidad arbórea le acercó seguramente a un matemático que también trabajaba otras máscaras, François Le Lionnais, a quien su heterodoxia no le impidió dirigir libros canónicos como ‘Las grandes corrientes del pensamiento matemático’, imprescindible en la preparación de oposiciones de Instituto, y por ello candidato más que probable a los escaparates de la librería Lara, otra vez cerca de Oulipo (estos gestos inconscientes de la librería cabrían en lo que los oulipianos llaman “plagiarios por anticipación”).

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En la primera mitad del siglo pasado Francia vio germinar grupos e ismos de toda condición. Queneau estuvo ligado a los primeros surrealistas. Y a Le Lionnais tal vez le rozara la formación de Bourbaki, un grupo que pretendía recopilar toda la matemática bajo un paraguas axiomático, y que tuvo la chanza de amparar el anonimato de sus miembros tras un fracasado general franco-prusiano. La alianza de Queneau y Le Lionnais al fundar en 1960 el ‘Ouvroir de littérature potentielle’ buscó una cuña inexplorada entre matemáticas y literatura, universos dispares que sin embargo comparten la imposición de reglas específicas. La exploración de esas reglas y su variación abre un campo de potencial inagotable. Nada de irracionalismo, de escritura automática, de liberación del autor. Oulipo promueve la “littérature contrainte”, de coerción. Hacer literatura es tomar decisiones sobre la persona gramatical del narrador, la estructura temporal de la narración o las palabras que valen para la falsilla del endecasílabo. La búsqueda de otros procedimientos coercitivos traerá geografías inéditas. Es lo que pensó Georges Perec, uno de los grandes del movimiento, cuando en 1969 publicó ‘La disparition’, novela a la que le falta la letra “e”, la más usual del idioma francés, contestada luego con ‘Les revenents’, escrita con esa única vocal. Desafíos, uno tras otro. En sus poemas de ‘Beaux présents belles absentes’ el vacío dibuja el contenido: en el poema ‘A l’OuLiPo’ cada verso contiene todas las letras del abecedario (excepto las raras k, w, x, y, z) menos la que se quiere resaltar (la “o” en este verso: “Champ défait jusqu’à la ligne brève”). Y cada autor va jugando a su manera con la combinatoria, la aritmética, los espacios de la geometría, en una fusión que destruye fronteras. Decía Perec en uno de los recuerdos de ‘Je me souviens’: “Muchas veces he empezado manuales de matemáticas modernas diciéndome que si voy lentamente, si leo todas las lecciones en orden haciendo los ejercicios, no hay ninguna razón para que me acobarde”.

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Tal vez la obra de mayor penetración de las potencialidades numéricas sea ‘Cien mil millones de poemas’. Queneau escribe diez sonetos de idénticas rimas en hojas separadas, que luego une en un único tomo. Previamente ha cortado en tiras individuales los versos de cada soneto. El lector decide, al tirar de cada tomito de diez tiras, qué verso elige para cada posición del soneto. Catorce líneas con diez posibilidades para la primera, diez para la segunda…, dan un cómputo de poemas de catorce veces diez, 1014, 100.000.000.000.000, cien billones de poemas (bastantes más de los que promete el título español). Si dedicáramos ocho horas diarias a su lectura, con 15 segundos para cada poema, necesitaríamos una vida de… cincuenta mil millones de años.

“En el fondo me doy reglas para ser totalmente libre”, sentencia Georges Perec.

(publicado en La sombra del ciprés el sábado 21 de noviembre de 2015)

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