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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

El Hermano Terán

Así le llamábamos todos los que en los años setenta andábamos por el cine-club Universitario: “Hermano Terán”. En lo de Hermano no solo repetíamos la fórmula nominal de uso común, sino también un reconocimiento implícito del escalafón que tenía en su orden religiosa. Hermano era menos que padre, y no digamos ya que otras categorías más altas y misteriosas que se escapaban de nuestro precario conocimiento de la pirámide jesuítica. Hermano era el habitante de la llanura, el cercano, el sin galones, el de abajo, el nuestro, el de todos.

Un Hermano que resultó ser pieza clave en la vida cultural vallisoletana. Por esos primeros años setenta se movían en el ambiente juvenil y universitario toda suerte de círculos y grupúsculos que querían sacar la cabeza de la asfixiante grisura franquista. A los que andábamos en torno al cine, a los cine-clubs, nos sobraban los espectadores en la misma medida en que faltaban locales de exhibición (exactamente lo contrario de estos tiempos de ahora mismo). Y quién nos iba a decir a aquel grupo afecto a todas las etiquetas de la izquierda que en una sala recién inaugurada de ¡los jesuitas! íbamos a encontrar nuestro acomodo seguro. Las primeras conversaciones se movieron con dificultad en los pisos de arriba del edificio de Ruiz Hernández, pero en cuanto bajamos a la sala, a la sala Borja, la sonrisa permanente de Terán, sus ojillos de pícaro afable y su bonhomía de una pieza allanaron cualquier obstáculo. Allí nos instalamos entre películas de Miklós Jancsó, André Delvaux, Glauber Rochaa o Luis Buñuel. Allí se puso en marcha una biblioteca que iba de Althusser a Freud, de Marta Harnecker a Barthes. Allí se imprimieron encendidos panfletos cinematográficos, y de los otros. Allí ardieron los coloquios y las polémicas. Y en el medio, sin perder la sonrisa ni la confianza, con su eterna chaqueta de espiga gris y una mano en el bolsillo, el Hermano Terán, siempre apoyado en aquella curiosa cohorte de proyeccionistas, ayudantes y recaderos. Un Hermano Terán que además fue para nosotros discreto escudo de policías fisgones y miradas inquisidoras.

Luego llegaron más cine-clubs: el de Peritos, el de Fasa (con Colina y Rodríguez Bolaños de dirigentes). Y el teatro de vanguardia (aquel Tábano…), y el flamenco, y las conferencias de la Transición. Y un torrente de actividades en las décadas siguientes que otros contarán. Suertes diversas y decisivas en la historia de esta ciudad, con un personaje común, impasible y sonriente en la entrada de su sala Borja. Sala Borja… ¿no debería ser lo que siempre fue, la Sala Hermano Terán? Sería la mejor manera de seguir teniéndole entre nosotros, en el lugar donde contribuyó como nadie a que por Valladolid corrieran nuevos vientos de democracia y tolerancia. Sí, la Sala Hermano Terán.

(publicado en El Norte de Castilla el 31 de diciembre de 2016)

 

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