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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Richard Ford, o la irradiación de literatura y vida

No es fácil recordar y resumir en pocas frases el argumento de un libro de Richard Ford. Tal vez de sus primeras novelas quede un substrato narrativo más cierto y seguro, y también de la más reciente, la sobresaliente ‘Canadá’ (2014). Pero de lo que se considera su obra mayor, el conjunto de tres novelas y una colección de cuatro cuentos que recogen momentos sucesivos de la vida de Frank Bascombe, es complicado establecer sinopsis argumentales, diferenciar unas novelas de otras salvo por la edad en marcha de su protagonista. La amenaza de “spoiler” en la reseña de contraportada no asusta al potencial comprador. Queda en la memoria lectora la sensación de un tiempo narrativo condensado –las más de 500 páginas de ‘El Día de la Independencia’ se concentran en esa fecha festiva de Estados Unidos- que se despliega con la misma vaguedad e incertidumbre que un día cualquiera en una vida cualquiera, acotada por reflexiones, recuerdos y parapetos frente a la angustia existencial.
Ese paralelismo entre literatura y vida lo anota el autor como descubrimiento luminoso en su artículo ‘La lectura’, recogido en el libro misceláneo ‘Flores en las grietas’. A los 25 años Richard Ford tanteaba los inicios de su carrera de escritor, y cursaba un posgrado en California. Las prácticas le obligaban a impartir algunas clases sobre la lectura de ciertos cuentos a estudiantes primerizos, y no tenía ni idea de cómo enfocarlo. En una tarde de las vacaciones navideñas pidió ayuda al director del posgrado, Howard Babb, que le hizo ver que “la literatura se podía abordar tan empíricamente como la vida”. Y que ambas, literatura y vida, convergían en preguntas incesantes y nunca agotadas: “¿Cómo amo a quienes amo? ¿Cómo puedo seguir adelante cada día con o sin esas personas? ¿Cómo terminaré este día? ¿Viviré o moriré?”.
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Como fuente de situaciones, la biografía de Richard Ford, sobre todo en sus primeros años, es bastante sustantiva en cambios y azares. Nacido en 1944, en Jackson, Mississippi, fue un adolescente complicado, metido en peleas, robos y carreras de coches, hasta que a los 16 años, tras la muerte de su padre, su madre tomó la decisión que mandarle con los abuelos a trabajar en el hotel que regentaban en Little Rock, Arkansas. Una dislexia, que nunca le ha abandonado, le dificultó el progreso escolar, y también la lectura, en la que por fin se zambulló a partir de los 18. Comenzó a estudiar Derecho, pero lo dejó de repente cuando alguien le robó los libros de texto en vísperas de los exámenes. Un azar sorprendente de verdad, pues, ¿qué ladrón se interesa por los libros dejados en un coche? Decidió ser escritor, se casó con su novia Kristine, estudió literatura y empezó su vagabundeo estadounidense: New York, California, New Orleans…
Su carrera como escritor tardó en despegar. Sus dos primeras novelas, ‘Un trozo de mi corazón’ (1976) y ‘La última oportunidad’ (1981) tuvieron buenas críticas, pero muy pocas ventas, por lo que buscó un empleo con remuneración estable. El azar, otra vez, le llevó a una oferta de la revista deportiva ‘Inside Sports’, donde desarrolló su afición al boxeo, al atletismo y al fútbol americano. Viajaba, se encontraba cómodo con sus crónicas, pero la revista cerró, y sin nuevas ofertas se planteó volver a su cuarto a escribir ficción. Se ha insistido mucho en la anécdota de que fue su mujer quien le dio la idea para el relanzamiento de su escritura: “¿Por qué no escribes sobre alguien que es feliz?”. Y de ahí surgió Frank Bascombe, al que realmente cuesta trabajo considerar como una persona feliz; si bien es cierto que su lucha diaria, entre la vulgaridad y la disipación, va en pos de amortiguar los pequeños disgustos y en despuntar la amargura de los recuerdos, con la muerte de su hijo en el centro de ellos. Más que felicidad, equilibrio en el desasosiego. ‘El periodista deportivo’ fue la obra que en 1986 recogió ese esfuerzo entreverado de vida y literatura, en las convergencias, pero también en las discrepancias: Richard Ford, en contra de Frank Bascombe, nunca ha tenido hijos, y no se ha divorciado de su mujer, Kristine, a la que dedica uno tras otro todos los libros que va sacando.
El éxito de esta novela le aseguró un puesto en el oficio, y continuó con ‘Rock Springs’ (1987), una colección de cuentos que los críticos colocaron en la colección de cultivadores del “realismo sucio” de su amigo Raymond Carver. A ella le siguió la novela ‘Incendios’ (1990), para alcanzar el éxito casi definitivo con la vuelta a su periodista deportivo en ‘El día de la independencia’ (1996). Diez años después Frank Bascombe ha abandonado el periodismo, como el propio Ford, y desarrolla su vida de baja intensidad en la venta inmobiliaria, tarea que había rozado al escritor por su constante mudanza de un Estado a otro. El Pulitzer y el Faulkner al alimón no dejaron dudas sobre la recepción de la obra, lo que ha animado a Ford a visitar regularmente al personaje, que envejece como el autor, y como el lector, con la enfermedad ocupando cada vez más páginas y la muerte acercándose por autopista. “Acción de Gracias” (2006) y “Francamente, Frank” (2014) dan fe de ello.
Siete novelas, cuatro colecciones de cuentos, un libro sobre su madre y recopilaciones de artículos es el balance de Richard Ford. Una hilera ya larga de tomos amarillos de Anagrama en la biblioteca, a la espera de su última entrega, ‘Entre ellos’, que saldrá a principios del próximo año. Por lo que se dice, la vida de sus padres está en el fondo de esta obra. Una existencia que Ford conoció brevemente en el caso de su padre, y que en cualquier caso habrá que tratar con el poder propio de la literatura. Y de la vida.
(publicado en La sombra del ciprés el sábado 23 de septiembre de 2017)


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