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jorgepraga

Hoy empieza todo

Paralelismos

Es inevitable. Una idea te dirige sin querer hacia otra, una película abre el recuerdo de un título anterior al borde del olvido.
!Que viva México! En 1930 Serguei Mijailovich Eisenstein consigue la autorización oficial de su país (la URSS, la Unión Soviética) para un viaje de estudios artísticos de duración indefinida con el que alimentar futuros proyectos (eran tiempos de fronteras dificultosas). Le acompañan su ayudante Gregori Alexandrov y el operador Eduard Tissé. Tras varias paradas en Europa acaban en Estados Unidos, y con un sorprendente contrato con la Paramount que tras varios meses de funcionamiento sólo deja proyectos de guiones. El trío soviético se traslada a México, y la fascinación es inmediata. Escribe Eisenstein:
“México es asombroso. Sospechas que el mundo, en su más tierna infancia, en sus comienzos, estuvo lleno justamente de esta regia e indiferente pereza y al mismo tiempo de esta potencia creadora, como las mesetas y lagunas, desiertos y matorrales, pirámides que de un momento a otro esperas estallen como volcanes.”
Con el productor Upton Sinclair proyectan un documental sobre el país, dividido en cuatro partes y un epílogo. Tras catorce meses de trabajo que culminan gran parte del guión, las desavenencias entre productor y cineasta interrumpen el rodaje. El productor lleva a Hollywood los negativos, pero Eisenstein no consigue un nuevo visado para entrar en el país. Después de seis semanas de espera en la frontera, vuelve a Moscú. Nunca verá el material filmado, unas 40 horas. Upton Sinclair, que posee por contrato todos los derechos, no encuentra comprador en la Unión Soviética y acaba por venderlo a otros productores, que harán diversos montajes: Tiempo en el sol, Tormenta sobre México, El film mexicano de Eisenstein…Las imágenes, congeladas después de décadas de haberlas visto, siguen bien almacenadas, y deslumbrantes, en mi memoria (aquellos hombres enterrados hasta la cabeza, y que van a ser devorados por las hormigas, torturados por el sol y la sed…)
Don Quijote. Estados Unidos, 1955. Orson Welles interviene en un programa de televisión presentado por Frank Sinatra. Debe contar a una niña las andanzas de Don Quijote, y pide, cómo no, algunas imágenes en las que apoyarse. ¿Qué imágenes están a la altura de la obra cervantina, que le fascina tanto como la de Shakespeare? Mejor fabricarlas. En Méjico arranca el trabajo. Durante treinta años, hasta su muerte, se mete en un rodaje fragmentario y financiado por él mismo, con su fiel Akim Tamiroff como Sancho Panza, y un exiliado español que merecería crónica aparte, Francisco Reiguera, como un perfecto Don Quijote. A la muerte de ambos, 1969 y 1972, tiene material rodado y almacenado en medio mundo, con pruebas de montaje, de sonido, con secuencias ambientadas en la Semana Santa, en San Fermín, en la patria segura de la locura quijotesca. Cuando muere Welles en 1985 la película sigue siendo un proyecto, uno más en los muchos que deja, pero la diferencia es que éste cuenta con unas 80 horas de material filmado. ¡80 horas!. Se hace un montaje de unos 40 minutos para homenajearle al año siguiente de su muerte en Cannes. Comienzan los enfrentamientos y litigios entre los herederos legales. Jesús Franco, el inefable Jess Frank, Clifford Brown y otro centenar de seudónimos, recibe el encargo de la Expo de Sevilla de montar el material. Sale un Don Quijote de 110 minutos, otro ensayo más. Y como sucedía con Eisenstein, las imágenes tienen un poder sublime. Y el proyecto que desprenden no puede ser más cervantino, ni más genial.
Dos obras que se quedaron muy lejos de su final, si es que esa palabra se escribió alguna vez en la carpeta de trabajo de estos cineastas, ambos tocados por lo que otro director llamó “la enfermedad del montaje”.

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