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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Salvemos el Acueducto

Seguro que lo recuerdan o, al menos, les suena aquella campaña con el lema ‘Salvemos las ballenas’. Sí, esa de los ecologistas a principios de los poco apreciados años setenta, a la que siguió otra sobre la protección de las focas en la que su cara amable –y su cuerpo, claro– era Brigitte Bardot, BB para los amigos y el marketing. Una rubia a la que yo no entendía que se prestara tanta atención cuando estaba Cruyff con sus anuncios de pintura Titanlux o Gaby, Fofó y Miliki, tan salados ellos. Pues no, aquí los ojos se iban para la gabacha que no sabíamos en qué película actuaba y se dejaba a un lado al espigado pelotero o a los geniales payasos.
Ya con los años , no muchos más, comprendí que tira más una mujer explosiva –aunque defienda un animal de nombre tan peyorativo como una foca– que todos los tipos, buenos en lo suyo, que se me pudieran ocurrir. Cosas de cumplir años y pasarse a otros asuntos que no fueran coleccionar cromos de fútbol o merendar chocolate pegado a la vieja Philips en blanco y negro con el ‘¿cómo están ustedes?’.
Desconozco si al final y, después de tantos años, se salvaron muchas ballenas o focas. Ni idea; ni tampoco si evitar que mueran dos o doscientas es mucho o se queda corto. Lo que sí me consta es que hay cosas que son únicas, de una sola unidad, y que de salvarlas o no depende la extinción de su especie. Aquí, en la Segovia de nuestros desvelos, la madre de todos los bichos en peligro de no tener herederos es el Acueducto. No existe otro igual, para suerte de quienes lo disfrutamos y preocupación de los responsables de que sus piedras continúen cada una en su sitio. Que como le dijo Aznar a Lucas cuando testó en su favor para que heredara esta inmensa hacienda llamada Castilla y León: si se te cae el Acueducto ya puedes dimitir y luego esconderte.
Por fortuna para todos, y para el político casi más, el monumento que nos dejaron los romanos sigue vivito y coleando. Y tras años de actividades a sus pies, muchas de dudoso beneficio para su mantenimiento y para la cultura de la ciudad, ahora llega una fiebre que espero no sea producto del calor que ya nos acompaña. Al Ayuntamiento se le ha encendido la bombilla y va a prohibir actos que considere inadecuados por su volumen, excepción hecha de los «de toda la vida», un concepto poco jurídico y muy difuso y cuyos límites no sé explicarlos. Cuando alguien quiera organizar algo en el Azoguejo, además de las trabas habituales y eternas para todo, tendrá que acreditar el pedigrí que, oiga, aquí no vale cualquier cosa. En fin, una puerta abierta a la arbitrariedad, mala consejera sobre todo cuando se trata de una administración pública.
Y otra medida que ya es definitiva, que seguro supondrá la heroica salvación del amenazado Acueducto es impedir que se reparta publicidad a menos de veinte metros de los pilares del monumento. Aquí sí, ya está solucionado todo, que es manifiesta la agresividad para las piedras de las octavillas, folletos, dípticos o esa cosa que se llama flyers. La prohibición la recomiendan todos los sabios que en el mundo han sido, desde nuestras insignes academias hasta el tendero de la esquina.
Salvado así nuestro Acueducto –más monumento que las ballenas, las focas y BB juntos, donde va a parar– disfrutaré más tranquilo del verano. Y respiraré aliviado porque ya estamos todos a salvo.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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